lunes, 30 de enero de 2017

PUREZA Y VIRGINIDAD SEGÚN HILDEBRAND. 3


 Obra:                   “Purezza e Verginitá”
Autor:                  Dietrich von Hildebrand,
Editor:                  Borla Editore, 210 páginas, Torino 1964

La Ascesis y el principio de Indivisión
Una consecuencia del pecado original, es la tendencia del hombre hacia lo que es bajo, esa predisposición al orgullo y a la concupiscencia. Aun cuando desea no ofender a Dios, el hombre no deja de sentir esta atracción hacia lo bajo y lo concupiscente. Por eso en la práctica de la ascesis (ayunos, mortificaciones, vigilias), la persona resulta liberada de su debilidad con respecto al cuerpo y a la esfera de los instintos. Es el medio que Dios nos ha dado para dar alivio al cuerpo. El sentido más profundo de los tres consejos evangélicos no está en realidad en el ascetismo.

Existe un nuevo elemento: "la pertenencia a Dios" sin divisiones. Cuanto más el corazón está libre del apego a un bien terrenal, tanto más puede pertenecer a Dios sin reservas. La virginidad implica una indivisión de la criatura humana, una renuncia a la comunidad de amor y vida del matrimonio. Esta renuncia al más elevado de los bienes terrenales es la vía por excelencia para alcanzar la indivisión, en cuánto es justo aquí que el corazón humano corre el mayor peligro de ser dividido .

Dios, quien llama el alma al estado de perfección, la llenará de sí mismo, si ella sigue su llamada. La esencia de la virginidad consagrada a Dios es pues que sea la respuesta a la misteriosa invitación que Dios dirige al alma a través de Jesús. Solamente quién haya comprendido el carácter central de la esfera sensual, será capaz de entender la razón misteriosa que eleva la virginidad  consagrada a Dios al mismo del matrimonio con Cristo, determinando el resplandor de la virginidad consagrada a Dios. Aquí el voto representa un noviazgo, un “desposorio”, el acto de “hacer voto de sí mismos a Dios”.

Conclusión.
“Bienaventurados los de corazón puro, porque verán a Dios”. Llama la atención constatar que de todas las bienaventuranzas, solamente a la práctica de una se le promete la visión de Dios: a los puros de corazón. Ser puro de corazón significa ser limpio, ser auténtico. Ser auténtico significa ser transparente y ser transparente significa dejar ver a Dios a través de nosotros y eso precisamente es la santidad: cuanto más una persona sea santa, tanto más participará en la vida divina del Cristo. 


El valor y el sentido de la virginidad consagrada a Dios, con respecto a la pureza, está en el matrimonio con Cristo. La Virgen consagrada a Dios es por tanto una verdadera Esposa de Cristo, realiza el sentido de su estado sublime y vive el matrimonio con Cristo. La Esposa de Cristo puede amar solamente en Jesús y por Jesús. Cuanto más estrechamente el alma está unida a Dios, tanto más ama. La Esposa de Cristo, casada con el amor encarnado, representa sobre la tierra el estado más sublime que pueda existir. Como los mártires, las vírgenes adelantan el cielo, atraen a viva fuerza el cielo a sí.

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