En la familia, ¿qué somos? Podemos ser padres, hijo, hermano,
abuelo, nieto. Con todos ellos se forma nuestra familia, en la que por eso
mismo se establece una relación propia y peculiar entre todos los miembros,
aunque también en grados distintos. Por ejemplo, la relación de los padres con
los hijos es la de la autoridad; la de los hijos, la obediencia. Pero siempre
hay una relación bañada por el afecto.
Es una relación que dura toda la vida. Siempre. Es una
relación que se desarrolla en el ámbito en el que vivimos y allí va cambiando,
creciendo y desarrollándose en el transcurso del tiempo. Es una relación
costosa porque debemos crecer en bondad, amistad, comprensión, generosidad,
sinceridad, capacidad de perdonar. Son los valores envuelven constantemente la
vida familiar.
Es pues, una relación en la que se conocen y desarrollan
valores. Algunos específicos de la vida familiar: el afecto, el interés por el
otro, la subordinación de mis deseos al bien del otro, el respeto hacia los que
tienen autoridad, etc.
Al vivir esos valores, los vivimos como esposos fieles, como
hijos dóciles, como hermanos entrañables, como abuelos entregados. Valores que
nos conducen a obrar con la bondad que anida en el corazón bueno de cada
miembro. Y justamente ese corazón bueno es lo que más une a nuestra propia
familia. Un corazón capaz de soportar la angustia y la dificultad y de expresar
también el gozo por el acierto o la conquista del tipo que sea, de alguno de
los miembros.
En la familia somos amados tal y como somos y por lo que
somos. Ninguna otra cuestión importa. Lo que vale realmente es que somos de la
familia y en ella encontramos la serenidad, el sosiego, la comprensión y el
afecto.
Realmente nos definimos por ser de una familia. Tú, ¿quién
eres?, pregunta uno. Y respondemos: Soy hijo de Fulano, nieto de Mengano. Esa
nuestra identidad. Ese es nuestro tesoro.