Todo cristiano, discípulo de Cristo, es animador de la
amistad de sus amigos con Jesucristo. Y será justamente la circunstancia y
condición que les une: la amistad, para ser motor de empuje para que sus amigos
conozcan y amen al que dio su vida por ellos: Jesús de Nazaret.
Jesús de Nazaret fue profeta, fue hombre, fue Dios. Y fue
Maestro. Así le llamaban principalmente sus más íntimos: Pedro, Juan, Andrés,
Santiago…
Por eso, el primer objetivo de esa cristianización deberá ser
que nuestros amigos lo tomen como Maestro.
Y un Maestro puede ser cocinero o médico. El cocinero ofrecerá
la verdad de forma agradable, que guste, que satisfaga. El médico, al ofrecer
aquella misma verdad, procurará que cure. Ese es su objetivo esencial. Pero la
curación a veces causa dolor, molestias. Pero ¡cura! No lo olvidemos. Jesús es
un Maestro que cura.
También corresponde al cristiano coherente con su fe, que
acoja a sus amigos: a esos a los que desea acercar a Cristo. Y se interesará
por sus cosas, no por una finalidad de conquista, sino porque la amistad
verdadera siempre estará teñida por el amor. Los proyectos de nuestros amigos,
y sus problemas, los asumimos. Eso es amistad.
Y con relación a facilitar que ellos “encuentren” finalmente
a Jesús de Nazaret y sean amigos suyos: ir poco a poco y con paciencia en el
traslado de la fe a sus mentes. Y también, ponerlas en su corazón. Es lo que
anide en los corazones lo que terminará dando buen fruto.
Por último, en ese acompañamiento, dejar claro que no estamos
exponiendo nuestra verdad, sino la única verdad, que es la de Jesucristo. Él es
el auténtico Maestro.
Resultado final:
Que conozcan a Jesucristo. Él es verdadero Maestro. La amistad verdadera es acogedora y la fe; sí, pero en las mentes y corazones de nuestros amigos.