Quizá como nunca, tenemos hoy estupendos medios para cubrir
nuestras necesidades. Estamos enfermos y vamos al médico y a continuación al
farmacéutico. Tenemos una dificultad económica y nos acercamos al banco que nos
podrá facilitar un préstamo o hipoteca. El hijo/a se ha metido en un penoso lío
o ha cambiado sustancialmente su conducta, y nos vamos al psicólogo… Estos y
otros muchos avances en disciplinas muy diversas, han logrado que tengamos en
muchos aspectos una vida más agradable.
Sin embargo, la influencia del individualismo y del
racionalismo también es asunto evidente. En occidente, el racionalismo se ha
extendido y anclado en exceso. Nuestro tiempo es científico y tecnológico en el
que parece que no tienen cabida ni la religión ni Dios. Hoy gran número de
cristianos viven de espaldas a Dios. Es una realidad que procede de la
Ilustración.
No obstante, prestigiosos científicos y humanistas declaran
su plena adhesión a la trascendencia.
El europeo sufre un preocupante enfriamiento, incluso hay
casos de congelación, respecto a la religión. Son tiempos de debilidad.
Sin embargo, la religión en África, América y Asia es una
parte fundamental de la sociedad humana. Esos numerosos países están
constituidos por hombres con creencias. “En ellos con frecuencia la religión es
la que redime al hombre del materialismo, de la guerra y de las luchas
fratricidas, de la pobreza y de la desesperación, del individualismo y el
egoísmo”[1].
Tiempos fuertes. También los hubo y continúan con nosotros,
puesto que otros muchos consideran a la religión el referente más claro y fuerte
ante el bien y el mal. Es una convicción con más de veinte siglos de
existencia.
Uno de esos tiempos fuertes lo vivió Emérito. En el
año 304, en Cartago, el jefe de policía detuvo en casa de Emérito a veintiséis
hombres y dieciocho mujeres, todos cristianos que se habían reunido un domingo
para celebrar la santa misa. El procónsul interroga a Emérito:
-
¿Se han celebrado algunas asambleas en tu
casa?
-
Sí,
replicó Emérito. Nosotros hemos celebrado el dominicum en mi casa.
-
¿Por
qué les permites entrar a todos esos?
-
Porque
son mis hermanos y no podía prohibírselo.
-
Hubieras
debido hacerlo.
-
Yo
no podía, porque nosotros no podemos vivir sin el dominicum.
Esta respuesta le envió al suplicio.
Es lo mismo de Teresa de Jesús en su sencilla y bella poesía
en la que dice: “Sólo Dios basta”. O la estrofa del Cántico espiritual de Juan
de la Cruz: “Y yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de
hermosura”. Esta es la cuestión: dejar que Él pase y hermosee el alma.
La religión es necesaria. Dios tiene una presencia continua
en el mundo. La relación con Dios origina una mejor estima del hombre. Su
ausencia, daña al hombre, lo hace más inhumano. No cabe duda que en el
cristianismo fuerte, el hombre gana en apertura mental, conoce y vive en
una mayor plenitud. Olvidar esta afirmación o combatirla es una forma
perfectamente clara de ir contra el hombre y su libertad.
Tan débiles, tan fuertes. Varios Papas y predicadores expertos han propuesto
una llegada y consolidación de los tiempos fuertes, son estos:
Mejorar el trato con el Espíritu Santo, aumento de la adoración eucarística y
arrimar el hombre hasta conseguir un fuerte crecimiento de la caridad.