Si la prisa es el
enemigo de la educación, la paciencia es su gran aliado
Por: Pilar
Guembe. Carlos Goñi | Fuente: yoinfluyo.com
Uno de los mayores enemigos de la educación es la prisa.
Querer que nuestros hijos sean los primeros en hablar, en andar, en montar en
bici, en aprender a leer y a escribir, en saberse las tablas de multiplicar, en
dominar un segundo idioma… suele ser la aspiración de casi todos los padres.
Así que, cuando la naturaleza impone un ritmo más lento que
el que nosotros esperamos, nos angustiamos y comenzamos a ponernos nerviosos:
“¿Cuándo hablará bien?”, “¿Por qué no anda todavía?”, “¡Ya debería saber montar
en bici!”, “¡Aún no lee bien!”, “A su edad y tiene una letra muy infantil”,
“¡Qué podemos hacer para que se aprenda las tablas de una vez!”, “Otros ya
hablan inglés”…
Estos padres se agobian y agobian a sus hijos sin una razón
científicamente sostenible, sino únicamente porque no cumplen sus expectativas.
La maduración física, intelectual y afectiva de nuestros
hijos no es una carrera contrarreloj, sino un proceso con una cadencia propia
que a veces puede parecer incluso caprichosa. La estadística establece los
márgenes de la normalidad, que suelen ser mucho más amplios de lo que nos
imaginamos; sin embargo, nosotros nos fijamos más en el corredor de la calle de
al lado o en el que va marcando los mejores tiempos.
Cuando nos preocupa su lentitud y consultamos con un
especialista, con el pediatra o con el pedagogo, nos solemos encontrar –salvo
algunas excepciones, claro está– con que nuestro hijo se encuentra entre los
parámetros de la normalidad. Sin embargo, el dato no nos tranquiliza porque no
nos conformamos con lo normal, sino que queremos que sobresalga, que bata un
récord, no importa en qué modalidad.
La trayectoria hacia la madurez no es una prueba de
velocidad, sino una carrera de fondo. De poco sirve una salida explosiva,
porque lo importante es llegar al final. Ser el primero en llegar a los
controles intermedios sólo sirve para engrosar el orgullo de los padres que
están en la grada; lo que cuenta de verdad es llegar bien, sobre todo, a la
línea de meta.
Si la prisa es el enemigo de la educación, la paciencia es su
gran aliado. La necesitamos en todo momento y circunstancia: con el hijo lento,
pero también con el que va muy deprisa; con el que le cuesta y con el que va
sobrado; con el que tiene problemas y con el que todo le parece tan fácil; con
el que siempre llega primero y con el que siempre llega el último. Como decía
el cirujano francés, Guillaume Dupuytren: “No hemos de apresurarnos, porque no
tenemos tiempo que perder”.
En educación no hay soluciones rápidas; se educa a fuego
lento. Más que de tupper y microondas, se trata de cazuela y pol-pol. Dejarse
ganar por la prisa nos puede llevar a subir el fuego y a que se nos queme la
comida.