Lo divino es bueno y conveniente que nos entre por los
sentidos: Belén, un pesebre, la luz, unos villancicos, un árbol… Son símbolos
navideños que ayudan a conocer a Dios y a crecer en vida divina.
LA LUZ.
La luz es un bien que vence al mal. Una estrella (luz),
aparece ante los Magos. La luz la encontramos en las cuatro velas del Adviento.
La luz es amor que supera al odio. La luz es reflejo de la vida que derrota a
la muerte.
Según se acerca la Navidad, las alusiones a la luz son
numerosas. Coincide la Navidad con el
momento en el que cada día comienza a tener más minutos de luz solar. Las
calles de las ciudades se adornan con la luz.
También ponemos luz, iluminamos nuestros belenes, el árbol de
la Navidad, etc. Todo eso es para que nuestra alma se abra a la auténtica luz
que nace.
Pero, ¡cuidado! Corremos el riesgo de pasar unos días llenos
de luz, de música y regalos, pero con alma sin Dios. Esta Navidad, no será así.
Será una Navidad diferente.
Las luces nos recuerdan que dejamos las tinieblas y pasamos a
la luz porque Jesús es la luz del mundo. En Belén se manifestó al mundo la luz
que ilumina nuestra vida.
Figura principal de esas semanas es la Virgen María que fue
totalmente envuelta con la luz del Espíritu Santo.
EL PESEBRE.
¿Quién está en el pesebre? Un Niño. ¿Solamente un Niño? Sí,
un Niño que es Dios-Amor. “El Verbo hecho carne”.
Ahí está el Emmanuel, es decir, el Creador del mundo que se
ha hecho criatura, envuelto en pañales y está acostado en el pesebre. Ahí está el recién nacido que ha venido a
poner su morada entre los hombres. En la oscuridad de aquella noche se encendió
una gran luz.
Ese Pesebre está la enseñanza del valor de la vida. El
Pesebre canta el don de la vida, porque siempre el nacimiento de un niño tendrá
que ser un acontecimiento de alegría. Sin embargo, ¿cómo no pensar en los
recién nacidos que son rechazados? ¿O en aquellos otros que nacen en medio de
una gran pobreza?
El Pesebre es la sencillez. Ahí en ese Pesebre, “Dios de Dios
y luz de luz”, comenzó a ser hombre, verdaderamente hombre. Se hace pequeño,
humilde, para vencer nuestra soberbia. Se hace pequeño para librarnos de la
pretensión humana de grandeza que brota de la soberbia.
En un Pesebre, el Señor, se encarna, es decir, se pisotea
como Dios, elige una cueva, también se pisotea como hombre. Pasa desapercibido.
Nadie sabe nada, Sólo María, José y más tarde, unos pastores. El Mesías, el
heredero de David, y de Jacob, el Hijo de Dios, oculto en la prosaica condición
de hombre.
Es momento de dejarse sorprender: ¡Fíjate, Dios se
hace Niño!
Por todo ello, el belén doméstico, es lugar muy apropiado
para la lectura del Nacimiento de Jesús y para que la familia ore.
Además, los cristianos tenemos como misión difundir la verdad
de la Navidad. Navidad es alegría paz en el alma humana.
EL CANTO DE LOS ÁNGELES.
La Iglesia entera se une al canto alegre de los ángeles, que
en la mitad de la noche anunciaron a los pastores el extraordinario suceso
ocurrido en una cercana cueva.
Un Niño ha nacido. Su morada está aquí en la tierra. Tenemos
que percibir a Dios. Se ha acercado a nosotros. Pasa junto a nosotros. Su
venida y su mensaje a unos pastores, ¿no son una clara indicación de que las
realidades del mundo (el descanso, el trabajo, el estudio, la vigilancia –en
eso estaban los pastores), le interesan y quiere Él también estar en ellas, con
nosotros?
El canto de los ángeles fue el gran acontecimiento en la vida
de aquellos vigilantes hombres. ¿Seremos capaces de dejarnos sorprender por la
gracia que Dios nos entrega en esta Navidad? ¿Nos damos cuenta de la
importancia de estar vigilantes ante la gracia que Dios continuamente nos
envía?
Dios, amor absoluto y total, abandona todo lo que le
pertenece en el hombre. Eso es amar.