Sófocles escribe la tragedia Antígona, hija del Edipo.
El suceso ocurre cuando Creonte, rey de Tebas, estable la ley
que no permite enterrar a los muertos. Muere el hermano de Antígona y esta se
propone enterrar a su hermano. Entonces es apresada por la guardia de Creonte,
quien conociendo los hechos, decreta la pena de muerte contra ella por
desobediencia a la ley:
-
¿Te
atreviste a pasar por encima de la ley?, pregunta Creonte.
-
Antígona
responde: “Ni era Zeus quien la había decretado, ni Diké, compañera de los
dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no
creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un
hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los
dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe
cuando fue que aparecieron”.
La cuestión que plantea Antígona es si un poder humano puede
eliminar una ley divina: leyes inmutables de los dioses, dice la condenada.
Esa ley superior, con vigencia desde siempre y para siempre,
se conoce con el nombre de ley natural.
El hombre se
distingue del resto de la creación por su dignidad personal. Nuestra época
corre el riesgo de debilitar el concepto y la dignidad de la persona. Hay un
progreso: dominio de la naturaleza. Hay un retroceso: en la dignidad personal.
Muchas veces el hombre es considerado como una “cosa”.
Causas de
este retroceso:
- olvido de ser una criatura de Dios.
- pérdida del sentido sobrenatural de la
vida.
- negligente dedicación al culto divino.
- lenta desaparición de la dimensión
religiosa
- la autosuficiencia.
- el hombre posmoderno se presenta como
un “adulto” que puede formular la ley moral más acorde con el “hombre de hoy”.
El verdadero progreso humano está en la fidelidad a la imagen
y semejanza que ha recibido de Dios. En esa fidelidad el hombre acentúa su
dignidad personal encaminándose a lo que está llamado: a la perfección. La
realidad objetiva que señala el camino de esa fidelidad es el orden moral.
El orden moral no es algo arbitrario o ficticio, sino una
realidad objetiva que responde a la naturaleza y fin del hombre. Es un orden
universal y absoluto, cuyas leyes fundamentales están por encima de las
mudables circunstancias de los tiempos o las apetencias humanas.
Las conductas desordenadas o la pobreza en la fe, no son
causas para llegar a un “arreglo” del orden moral. (Ese fue el caso de Enrique
VIII).
Sin embargo, hay temas sobre los que no se puede decir la
verdad porque “te forran”. Por ejemplo, sobre: La
sexualidad. Las células madres. La homosexualidad. El Islam. Los hebreos. El
sida y los preservativos.
Es como si nos hubiésemos olvidado de que “la verdad os hará
libres” y la verdad es que el Señor es el “camino, la verdad y la vida”. Existe
una ley moral natural, inscrita por Dios en el corazón de los hombres, conocida
por la razón y atestiguada por la conciencia.
La ley natural pide especialmente: amar a Dios por encima de
todas las demás cosas y al prójimo como así mismo. Sin Dios, no hay ley moral,
sin moral, no hay derecho, sino arbitrio, violencia, libertinaje.
La ley moral es objetiva, absoluta y universal, y estas
características se fundamentan en la naturaleza del hombre y en sus relaciones
esenciales.
Estas dos consideraciones, producen un decaimiento moral y un
destrozo en el camino hacia la verdad. Zubiri pudo afirmar que “hoy estamos
envueltos en todo el mundo por una gran oleada sofística”.
La solución está unida inexorablemente a la búsqueda y
defensa de la verdad. No podemos transigir con la idea de Pirandello:
“Así es, si así os parece”.