Isak Dinesen
cuenta en “Memoria de África” el pasaje siguiente:
“En una ocasión en la que Denys y yo habíamos estado volando,
cuando aterrizamos en la meseta de la granja, se nos acercó un anciano Kikuyu y
se puso a hablar con nosotros.
- - Fuisteis
muy arriba hoy, dijo, no podíamos veros, solamente oíamos al avión cantando
como una abeja.
Le confirmé que habíamos subido muy
alto.
- -¿Visteis
a Dios? Preguntó.
- -No,
Ndwetti, dije, no hemos visto a Dios.
- - Ajá,
entonces no habéis subido lo bastante, dijo, pero entonces contadme: ¿creéis
que seréis capaces de subir lo bastante como para verle?
- - No
lo sé, Ndwetti, dije.
- - Y
tú, Bedar, dijo volviéndose hacia Denys, ¿qué crees? ¿Subirás lo bastante en tu
avión para ver a Dios?
- -Realmente
no lo sé, contestó Denys.
- -Entonces,
dijo Ndwetti, no tengo ni idea de por qué seguís volando los dos”.
En el fondo, el anciano Kikuyu es como si viniese a decir:
nada de esos vuelos es importante. Podéis hacer cosas interesantes, pero no
llegáis a lo fundamental.
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