domingo, 29 de septiembre de 2019

LA AUTORIDAD. 2


“Los hijos necesitan mucho ser afirmados en su horizonte personal por alguien que tenga autoridad. Eso significa que el hijo ha de percatarse de que es un ser valioso para su padre, que puede llegar a satisfacer buena parte de lo que en ese momento es apenas un destello, una promesa de lo que puede llegar a ser, y que se confía en que él puede llegar a alcanzar esas metas”.

Desde luego es de sumo interés que el hijo tenga esa percepción de su enorme valor ante su padre. Sucede a veces, que esa carencia es más que suficiente para que el hijo tenga un concepto mediocre o nulo de la autoridad de su padre. Un hijo que puede mentalmente afirmar: “yo valgo mucho para mi padre”, tiene más posibilidades de que su conducta sea más conforme con lo que correctamente se espera de él. El hijo es siempre una promesa, un ser en potencia, según el concepto aristotélico, que circula y se desarrolla por las diversas etapas previas a la madurez con la más que segura convicción de que le esperan metas asequibles y muy valiosas.

“Respeto y confianza constituyen dos fundamentales principios que favorecen el desarrollo de su personalidad.  Si se consiguen estas dos notas en las relaciones padre-hijo es luego más fácil la sinceridad entre ellos, es decir, la posibilidad de abrir el corazón y que se manifiesten recíprocamente -de acuerdo con su edad y experiencia de la vida- sus temores y angustias, sus esperanzas acaso limitadas por ciertas frustraciones, los sueños e ilusiones que se ambicionan y la mayor o menor confianza que cada uno tiene en sí mismo”.

La sinceridad es fruto del respeto y la confianza en cualquier relación entre personas. Mucho más, la que por la ley de la sangre y del amor mantienen padres e hijo. En este sentido es necesario que los padres cuiden las formas en las que transmiten su modelo educativo y correcciones al hijo. El respeto solicita ausencia de autoritarismo y de malas maneras en los gestos y palabras. El hijo debe sentirse siempre queridos por sus padres y cuando haya que corregir, asunto que es vital en la educación, percibirá que se critica la acción, la conducta, pero se respeta a la persona. Los padres que actúan de este modo, están ofreciendo al hijo una imagen bastante perfecta de la “presencia”, de esa actitud que hemos llamado corazón de una relación educativa.

“Los padres han de procurar enseñar al hijo a aceptarse como es y a quererse a sí mismo, difíciles aprendizajes estos que tan necesarios son para la vida, pues en la misma medida que se desarrollen se aprenderá a respetar, aceptar y querer a los demás. Con ser muy importante, no basta con aprender a quererse a sí mismo, esta es solo una meta inicial que hay que rebasar para desde allí alzarse a otra más alta y benefactora; la de aprender a querer a los demás. Cuando esta etapa inicial no se trasciende, cuando no se articula como debiera con la siguiente (la donación a los otros), surge el narcisismo, un trastorno de personalidad de fatales consecuencias en el futuro.”

Quererse y querer. A este plan, tan enorme y tan trascendente para cada persona, se reduce toda la educación, toda la vida. Quererse es aceptarse con las cualidades positivas y negativas que cada persona posee. Quererse es también aceptar el físico que tenemos, el tono de voz que poseemos, las cualidades propias para el canto y para la interpretación que tengamos. Consustancial con quererse es querer a los demás: al pariente, al vecino, al compañero, al amigo… Querer a los normales, a los raros y a los difíciles. Nadie podrá lamentar que a D. Quijote le faltase el cariño de Sancho Panza. Lo tuvo con comprensión y con las correcciones que a Sancho le parecieron necesarias. Y el ingenioso hidalgo, no era una personalidad fácil.

viernes, 20 de septiembre de 2019

LA AUTORIDAD. 1


En hogares bien constituidos, se desarrolla la autoridad de forma natural. Autoridad que tiene que ser madura y justa. Es cierto que los padres no son los únicos propietarios de la verdad, pero la experiencia y el sentido común les ha proporcionado unas lecciones que sí deben dar a los hijos.

La autoridad ejercida con sentido común siempre ha sido un potente foco educativo, porque afecto y autoridad tienen que ser correlativos: son las dos muletas que sostienen la progresión afectiva del niño. Nadie puede suplir lo que pueden hacer un padre y una madre. Nadie puede llegar a dar la relación afectiva e íntima que mantienen con cada hijo.

Autoridad que se consigue de forma positiva si los niños y adolescentes han ido creciendo y desarrollándose en ambientes en los que, según Luis Rojas Marcos, es “importante la presencia estable del adulto que sirva de modelo y proporcione apoyo, ánimo, comprensión, sentido de disciplina, dirección y que enseñen al menor a discriminar entre el bien y el mal”.

Si los chicos viven en hogares, barrios y comunidades, en los que la autoridad y obediencia son dos grandes ausentes, su formación será una incógnita. ¿Por qué los adultos tenemos tanto temor a proporcionar una educación en la que la obediencia sea un factor esencial? Arrojemos lejos, muy lejos, la idea de que la obediencia es sumisión o tiranía. Nada más inapropiado de la verdadera obediencia. Porque, ¿es que es posible bailar sin obedecer las leyes del ritmo, o de escribir correctamente, sin atender a las normas de la sintaxis, o de viajar sin preocuparnos de los horarios que nos señalan las compañías de transporte de viajeros?

Es preciso recuperar los valores. Y no cabe la menor duda, que la autoridad es uno de ellos. Continuamos leyendo a Rojas Marcos, que expone “el método más efectivo para fomentar las correctas conductas de los chicos es explicarles y razonarles cómo sus acciones afectan a los sentimientos ajenos. También es importante etiquetar positivamente los comportamientos constructivos de forma que los muchachos los identifique, compruebe sus beneficios y los incorpore a la imagen ideal a la que aspira”.

El padre debe ser cercanía para el hijo, que por cierto no tiene que ser ajena a corregirle cuando la situación así lo pida. Hay autoridad donde hay justicia. “Al hijo se la hace mucho mal cuando el padre se instala en la bondadosidad o en la tiranía”[1]

El padre jamás debe perder la autoridad. Autoridad no es la fuerza. Rectificar es pedir perdón al hijo si hubo abuso de autoridad. “Es conveniente saber transmitir la profunda convicción -y, obviamente, tenerla- de que cada hijo es un ser único e irrepetible, al que el padre procura ayudarle a desarrollar lo mejor que hay dentro de sí y eso desde una posición de total respecto hacia su persona”.[2]


[1] A. Polaino-Lorente. La ausencia del padre y los hijos apátrida en la sociedad actual. Revista española de pedagogía, 196. 1993.
[2] Cfr. O. c. p. 454.

jueves, 12 de septiembre de 2019

EL VENDEDOR DE SUEÑOS


El vendedor de sueños”: una película para apreciar la vida, lo sencillo, aquellos a los que amamos.
El Vendedor de Sueños acompaña al psicólogo Julio César y a Bartolomé el alcohólico... hierba verde, y de fondo, la ciudad y sus tentaciones-

BoscoFilms trae a los cines españoles el 13 de septiembre la película “El vendedor de sueños”, basada en los libros del psicólogo superventas brasileño Augusto Cury.

En una entrevista en La Vanguardia hace diez años Cury declaraba: "La vida sin sueños es como una mañana sin rocíos, un jardín sin flores o una mente sin construcción de ideas. Todo ser humano deber ser un vendedor de sueños. Los sueños no son deseos, son proyectos de vida que debemos controlar y que nos permiten abrir la ventana de la mente para que seamos autores de nuestra propia historia".

Esta declaración resume de algún modo el trabajo de Cury y el sentido de la película. Es la historia de un hombre rico que vivía su vida deshumanizada, como una tuerca en un engranaje, como una cinta transportadora. Es lo mismo que sienten millones de personas hoy en su día a día. Para poder tomar las riendas de nuestra propia vida, es necesario un proyecto de vida y enlazar con el "otro" concreto, con las personas reales.
La película, producida por la Warner Fox en Brasil, se inicia con planos del cielo, de nubes, donde hay armonía. Enseguida pasa a mostrar rascacielos de cristal que reflejan las nubes... es hermoso, pero ya no es lo mismo, es el mundo de los hombres que se protegen bajo espejos. Bajamos más: la calle, autobuses, personas diversas, la vida.

Y después, un hombre (¡un psiquiatra!) que sube a su oficina, sale por la ventana y amenaza con suicidarse. Entonces llega el enigmático Vendedor de Sueños, desaliñado, melena y barba, amplio abrigo. Y habla con el suicida. "El suicida es un asesino, se mata a sí mismo y a la gente de su entorno", comenta. "Pero si quieres salta, salta", añade. Y no deja de hablar: "En realidad, los suicidas quieren matar su dolor", detalla.

El psiquiatra suicida plantea la gran pregunta: "¿Es usted un loco?" El barbudo filósofo responde: "Vendo sueños, lo que el dinero no puede comprar; a los suicidas les regalo una coma, poder parar, para que sigan escribiendo la historia de su vida".

A partir de entonces, Julio César, el psiquiatra, seguirá, incluso físicamente, unos pasos por detrás, al enigmático filósofo. Como Platón detrás de Sócrates, como Andrés y Pedro detrás de Jesús. El Vendedor con su abrigo amplio que nunca se quita, el psiquiatra con su gabardina, como filósofos con sus túnicas.
Lunes, 09 de septiembre de 2019Religión en Libertad.

viernes, 6 de septiembre de 2019

EL CORAZÓN DE LA MADRE



En el corazón de una madre se encuentran dos cualidades de gran valor: una notable ternura y una heroica fortaleza. Las dos permanecen unidas en su ardiente corazón maternal. Su ternura es sobria, fuerte y delicada. Su fortaleza es comprensiva, amable y bondadosa. Por eso el corazón de la madre es el hogar entrañable que cada hijo busca, la paz que serena y tranquiliza, el refugio que siempre acoge. Es la acogida su disposición característica, hasta el punto con ella, la madre muestra su presencia ante los hijos y en el hogar.

La madre que espera que el hijo cambie, vive con la acogida de su presencia. La que espera que el hijo cure una enfermedad, también aparece de continuo con una acogida que es luz y confianza. La que vive momentos de ansiedad ante los pasos torcidos de un hijo, igualmente estará con él con una presencia acogedora. Es la que se arroja rápidamente de la cama, cuando oye en la noche, que su pequeña llora angustiada por una pesadilla que la atormenta.

Es la actitud propia de la madre. Así muestra todo el valor de su presencia, que lleva siempre como acompañantes la delicadeza, la confianza y la esperanza. Sin embargo, el hijo probablemente tardará años en conocer el valor de su presencia que ella ofrece normalmente en el silencio, con el grito callado, el corazón dolorido o gozoso, según las vivencias por las que el hijo pase. Años después, cuando el hijo ha llegado a la madurez, es cuando seguramente percibe que su madre ha sido para él, un manantial de amor. Esa ha sido toda su riqueza, toda su presencia.

Además, considerar como ya se sabe, que los hijos no son todos iguales y la madre en su quehacer educativo tiene que adaptarse, en todo lo posible, al temperamento y al carácter de cada hijo. Puede encontrase con apasionado, con la irascible, con el colérico, la angustiada, la desvalorizada, el rebelde, el inmaduro, la miedosa, la perezosa, el laborioso, el niño difícil…  Dar la misma educación para todos es no educar correctamente. Educar es un acto personal, en el que la presencia de uno actúa sobre el otro. De uno en uno. Aunque es de sentido común, que en cada familia habrá unas normas o reglas y costumbres que son válidas para todos.