Episodio I. 22
años
Me llamo Alberto. Tengo 22 años y estoy en cuarto curso de Derecho.
Mi gran afición es le fútbol, pero también dedico algunos ratos cada día a la
lectura: novelas de Somerset Maugham y los clásicos: Crimen y Castigo, ¿Quo
Vadis?, El alcalde Zalamea y varias de Miguel Delibes. Un día, curioseaba en
una biblioteca y encontré un libro de Tihamér Tóth: El joven de carácter. Me lo
llevé a casa y lo devoré y me dije: tengo que mejorar mi carácter. Y me puse a
trabajarlo. Con resultado desigual cada día. Pero algo avancé hacia un carácter
un poco mejor. Mi padre me regaló el libro “El caballero cristiano”, lo leí
varias veces y me fue útil.
Mi vida era el estudio, la lectura y mis amigos. Tenía numerosos
amigos.
En plena primavera, dos libros más aparecieron en mi vida: “Camino”
y “El valor divino de lo humano”. Este último de D. Jesús Urteaga. Dos libros
que iban a tener gran importancia en los próximos años.
De lunes a sábados, clases y estudiar. Los domingos, los
amigos. En la tarde de un domingo de esa primavera, propuse a mis amigos un
paseo hasta la ermita de una Virgen, diez kilómetros en día y vuelta. Mucho
tiempo para hablar y para realizar alguna tontería. Al anochecer íbamos al cine
o el recorrido por algunos bares. En los
domingos siguientes, repetimos la experiencia. Me encaba hablar con Alejando,
dos años más joven que yo, pero tremendamente listo y estudioso. En junio,
aprobé todas las asignaturas.
Episodio II. 23
años.
Este es el curso en el que más estudié. Mi plan era aprobar
todo en junio; en julio y agosto descansar, y en septiembre comenzar a preparar
la oposición a la abogacía del Estado. Se cumplió en parte, aunque algo imprevisto
surgió.
Continuó la vida con mis amigos; Alejandro y yo avanzamos en
intimidad y continuaron mis aficiones: fútbol y lectura.
En el mes de mayo, las dos pandillas, chicos y chicas,
hicimos una excursión al campo. Me dijeron que la comida la llevaban las chicas
y nosotros, las bebidas. Resultado: hubo comidas para todos y también para
todos, una sola bota de vino. Y al finalizar la jornada, conocí a Isabel, una
chica morena y gran conversadora. En el regreso de la excursión hablamos tanto
y de tantas cosas que, al dejarla en su casa, pensé: esta chica vale un
imperio.
Aprobé todo el curso. Ya estaba licenciado en Derecho. Y al
mismo tiempo, “Camino” y los escritos de D. Jesús Urteaga continuaban alumbrando
mi vida.
Al finalizar el verano, le pedí a Isabel que fuese mi novia y
aceptó.
En septiembre comencé la preparación de la oposición.
Episodio III. 24
años.
Todo este curso estuvo dedicado a la oposición y al noviazgo
con Isabel.
Al mismo tiempo, trataba de avanzar en la formación. Todos
los meses compraba la revista “Mundo cristiano”, la leía de un tirón, me
entusiasmaba lo que escribía Urteaga y se la pasaba a Isabel.
Al finalizar la primavera terminé la oposición, conseguí
plaza y a partir de octubre pasé a ser Abogado del Estado.
Llevaba un año haciendo todos los días un rato de oración.
Alejandro me daba ideas y ánimo. Ahora comprobaba que no podía pasar un día sin
hacer la oración. Leí “Dificultades en la oración mental”, escrito por un francés.
Conocí a D. Antonio, sacerdote experto en Sagradas Escrituras. Comencé a hablar
con él. En mi interior tomaba más fuerza la idea de la presencia de Dios, y el
trato con Él, pasaba ser más frecuente cada semana.
Episodio IV. 25 años.
Comenzó mi nueva profesional, trabajaba en el Ministerio de
Educación. Cada día me gustaba más y era consciente de lo mucho que podía hacer
por una educación mejor. Isabel y yo comenzamos a pensar en casarnos dentro de
unos meses.
Continuaba visitando a D. Antonio cada quince días. Me era
fácil hablar con él con mucha claridad y confianza. La cercanía de Dios crecía
en mi vida. D. Antonio me sugirió meditar y trabajar con más recogimiento los
cuatro evangelios. Lo hice. La vida del espíritu me llenaba. Creo que del cielo
me venían los pensamientos de Dios y su voluntad. Un día leí la conversación de
Jesús con Nicodemo. Y puse los ojos en esta frase: “Lo que nace del Espíritu,
es espíritu”. Era para mí un gran descubrimiento. Otros días me fijaba en
personajes muy conocidos: Zaqueo, un buscador de Dios; Bartimeo, otro buscador;
el centurión de Cafarnaúm, otro buscador; Jairo, también buscador.
Me dije: Esto soy yo, un buscador de Dios.
Y comprobaba que Dios quería algo de mí. Y marchaba a ver a
D. Antonio. Me escuchaba con gran atención y me daba ideas que espoleaban mis
deseos descubridores y la constancia.
Le comunicaba a Isabel mi situación personal. Ella lo
agradecía y se iba a los sagrarios a rezar por mí. También yo rezaba por ella. Cada
mes percibíamos más claramente que teníamos que adelantar la boda. Y nos
pusimos a buscar casa.
Episodio V. 26 años.
Mis tres columnas: Dios, Isabel y mi vida profesional. Cada
semana todo iba a mejor. Comprobaba que las tres columnas me hacían muy feliz.
No podía menguar alguna de las tres. Sería una horrible situación.
D. Antonio, me iniciaba en nuevos horizontes. Él pasaba
varias semanas del verano en Llerena, con sus padres, y yo tomaba el tren e iba
a verle después del mediodía. Cuando llegaba ya estaba él en la estación esperándome.
Nos íbamos a un parque cercano, parque solitario a las cuatro de la tarde, en
plena siesta española. Y hablábamos. Me proponía un nuevo camino para un laico
que se aproximaba al comienzo del matrimonio.
Comenté a Isabel las últimas ideas de D. Antonio. Y afirmó:
yo también las quiero. Nos casamos en septiembre.
Episodio VI. 40
años.
Han pasado catorce años. Isabel y yo somos muy felices.
Tenemos cuatro hijos y siempre la duda de si vendrá alguno más.
Sigo en el Ministerio y sigo buscando a Dios cada día. Firme en
mis tres columnas. Con cuatro pequeñas columnitas. Le hice caso a D. Antonio y
me embarqué en su propuesta. Isabel lo hizo tres años después.
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Alberto fue uno de mis numerosos y estudiosos alumnos. Hizo
Derecho y trabaja en el Ministerio del Interior. Le va muy bien.
Le pedí que escribiese algo de su vida. Justamente, las
líneas que hoy pongo en mi blog.
