Próximo el Adviento, bueno será dedicar tres minutos a mirar a JESÚS.
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Con las buenas obras avanza el reino de Jesucristo en el
mundo y construyes ese mismo reino en el alma. Es así como la Presencia del
Amor habita en la intimidad del amigo. Es Jesús en todo y por el que se actúa
mañana, tarde y noche. Entonces, el buen siervo de Dios crece en deseos de no
parar[1].
Finalizada una tarea, un encargo, y rápida y sosegadamente inicia otro: le
empuja el amor. Pero no se considera propietario de ninguna de aquellas
iniciativas y trabajos.
Todo se hace por Él y para Él.
Esta es la más grande aventura que puede concebirse: la
íntima amistad con el Señor; contemplando en todo tiempo y lugar al Amado del
alma, que sólo es posible si estás desasido de personas, de cosas y de sucesos.
Porque todo es estiércol ante el verdadero Amor.
Si
el amor que me tenéis,
Dios
mío, es como el que os tengo,
Decidme,
¿en qué me detengo?
O
vos, ¿en qué os detenéis?[2]
En esta aventura, todo pasa a un segundo plano. En el primer
plano sólo está Dios en el alma. Sin embargo, el cariño por muchas criaturas
que fueron apareciendo en su camino, permanece en su corazón siempre enamorado.
Por todos y para todos, anheló continuamente la salvación: las almas, el
provecho de las almas es su intención permanente. La gran pasión es pues, amar
a Dios, y que igualmente todos los que pertenecen a su familia y ambiente, le
amen localmente. Las buenas obras ayudan a que otros muchos también amen al
Amado: cooperador de la redención, corredentor: Andad arraigados y fundados
en Cristo, pues de él estáis llenos (Col 2, 7 y 10).
En medio de los muchos trabajos, el alma busca constantemente
la oración, en la que se llena de sustancia espiritual, porque sólo en su
Presencia es fuerte para continuar con toda la empresa: las múltiples
ocupaciones no le distraen del primer plano de su vida: la unión con el Señor. Cuando
el alma se desenvuelve así, la contemplación no perjudica a la acción, ni la
acción a la contemplación. Es el Señor que hermosea el alma.
Jesús le había pedido esa unión de amistad y para lograrla le
dijo: Ama la humildad. Este ejercicio le facilitaba la comprensión y la
caridad. Ha entendido que humildad y caridad van unidas y la unión de estas dos
virtudes en el alma, y siempre con la gracia de Dios, favorecen ser atento,
cordial, agradable, alegre, constante.
A María, siguiendo la imitación de Isabel, la llamaba La
Madre de mi Señor. A ella acudía constantemente con jaculatorias,
peticiones y miradas implorando su protección y la de los suyos.