Desde los primeros años del cine, el amor ha estado presente
en las películas. A veces, hasta cuando en el guion no parecía necesario. Pero
se incluía algunas escenas románticas porque atraía a una cierta parte de
espectadores.
Ya en 1946 se estrena “Qué
bello es vivir”, que además del amor humano entre hombre y mujer, George
Bailey, el protagonista, expresa amor por toda su comunidad de vecinos.
Después, bastantes años después, por lo tanto ahora, junto a los decenios que nos han precedido, nos han
ofrecido un deterioro del amor en las películas, cambiándolo por lo que más
propiamente podemos llamar pasión.
Pero como el tema es muy amplio, me voy a ceñir a cuatro
películas próximas a nuestra actualidad. En ellas, para conocer el sentido que
se le ha dado al amor, pondré el foco especialmente en la declaración de los
afectos. Con este simple ejercicio, pretendo examinar la fuerza del amor en esos
cuatro films.
Comienzo con “Orgullo y
prejuicio”. Al ofrecernos una historia típica del siglo XVIII, la familia
Bennet, nos encontramos con el enamoramiento de Darcy y Elizabeth y de Bingley
y Jane. La declaración de Darcy es
barroca, es lo usual en aquel siglo, y le dice a Elizabeth: “Le amo ardientemente.
Le ruego que acepte mi mano. Mi afecto y mis deseos no han cambiado. Si sus
sentimientos han cambiado, ha embrujado usted mi cuerpo y mi alma, y la amo y
nada podrá separarme de usted”. Este tipo de proposición, creo que hoy no se
practica. Es demasiado larga y actualmente todo es breve y rápido y sin embargo
a menudo no es mejor.
Después me enfrento con “Notting
Hill”. Y aquí hay una notable novedad, es Anna Scott, la protagonista, la
que se pronuncia abierta y directamente: “Aquí está una chica -le dice- delante
de un chico, deseando que la quieran”. Siento cierta predilección por el
lenguaje que utiliza Anna para ofrecerle a William un compromiso. Es un corazón
que pone de manifiesto sus afectos con absoluta sencillez. Es una actitud simple
y franca que cae bien, enamora.
La tercera película es “Cartas
a Julieta”. Aquí, según mi opinión, encuentro a un personaje que pronuncia una
frase radiante. Dice: “Este beso es un homenaje al amor”. No me atrevo a añadir
nada más.
Pero es en la cuarta y última película que comento, donde
creo haber encontrado la plenitud del amor. O mejor, como dice el propio
Westley, el amor verdadero. El mismo que el premio Nóbel, Octavio Paz, lo
justifica así: “Cada vez que el amante dice: Te amo para siempre, confiere a una criatura efémera y cambiante el
atributo divino de la inmortalidad”. Esto es lo que afirma Westley a la bella
Buttercup: “La muerte no acaba con el amor. Lo único que puede hacer es
demorarlo”. Ya se ha comprendido que me estoy refiriendo a la película "La Princesa prometida”.