“Dice mi hermana que en nuestra infancia, como no contábamos
con televisión, teníamos que acudir a la televisión prehistórica: la
imaginación. Yo le digo que nunca jamás se conoció mejor televisión y que jamás
se inventará otra semejante. Porque en la imaginación teníamos todos los
canales a nuestra disposición: no había que soportar que nadie nos
adoctrinara desde ideologías que no
fueran la elegida y jamás se filmaron en tan bellos colores como los que cada
de nosotros elegía y se inventaba a placer.
“Yo siento una cierta compasión ante los niños de ahora, a
quienes les damos ya todo inventadísimo. ¿Para qué van a hacer el esfuerzo de
imaginar cuando, a diario, les bombardeamos con imágenes desde que amanece
hasta que se acuestan? Su Blancanieves no podrá ser la que ellos se fabriquen;
será por fuerza la que les dio Disney encadenada. Sus sueños estarán llenos de
pitufos prefabricados y, cuando lean a Julio Verne, pensarán que es un señor
que puso en letra lo que ellos ya vieron en las películas de la tele. Todo más
cómodo. Todo infinitamente menos creativo y, por tanto, mucho menos fecundo
para sus almas”.
Publicado por: J. L. Martín Descalzo: Razones para la
alegría. Biblioteca básica del creyente. Página 31.
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