En estos días, un personaje joven y famoso por su vida profesional, y su esposa, también joven y famosa, anuncian que se separan después de seis, siete u ocho años de matrimonio y dos hijos. Y a propósito de tal noticia, un periodista publica un artículo en el que se pregunta, ¿por qué dura tan poco el amor en estos días?
Pienso que la cuestión no es por qué dura poco el amor, si no
más bien, ¿por qué dura tan poco la fidelidad? Más aún, ¿por qué se acerca al
matrimonio, al compromiso serio, al ejercicio de la honesta profesión aquel o aquella
que no goza de los valores esenciales de la persona y de su dignidad?
Fijémosno en el hombre de partido político en el que prima más
la ambición que el servicio; en el intelectual que cambia sus opiniones y
criterios esenciales por una mejora o reconocimiento social aún a costa de una
deshonestidad; en el científico que edifica sus proyectos e investigaciones en las
cotizaciones no siempre honradas de una determinada empresa; en el profesor que
abandona la verdad en vías de la manipulación de los hechos y de la realidad.
El fallo se denomina infidelidad a unos principios, a unas
convicciones, a la verdad, a la dignidad humana. ¡Pobres niños! ¡Pobres
ancianos! ¡Pobres desvalidos! ¡Pobres mendigos!...
Resolvamos valorar la dignidad humana real y verdadera, y
seguro que acabaremos con muchas desventuras. Prometiste fidelidad y no te ha
durado ni ocho años. Tú, si que eres pobre. El más pobre, porque tu palabra no
dura nada. Es una palabra sin valor, devaluada.
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