Si queremos entender correctamente al ser humano debemos
entender que “la estructura constitutiva de un hombre llega hasta la más alta
cúspide de su espíritu” (Nietzche, 26, 52). Ni la materia ni el cuerpo lo son
todo, ni vale decir, me dedico solamente a cuidar el alma. El hombre es
cuerpo-alma-espíritu. La influencia es pues recíproca del cuerpo al espíritu y
del espíritu al cuerpo. Lo cierto es que un tanto por ciento muy significativo
de enfermos reales, también necesitan ayuda médica por motivos de origen
anímico.
“No puede darse, en mi opinión, ningún humanismo verdadero
que no se halle fundado sobre la divinidad”[1].
La concepción cristiana del hombre afirma que el hombre es creatura originaria
de Dios, su creador, y el correcto sentido de su vida es una relación de
filiación con su creador.
La doctrina de Cristo nos desvela a un Dios comprensivo,
misericordioso, amoroso. Un Dios que se desvive en elevar al hombre a su mayor
grandeza: ser auténticamente un ser humano, en busca de su plenitud.
La carencia de vida espiritual origina una falta de educación
de la conciencia y entonces “el hombre no vive de acuerdo con sus determinantes
esenciales. Se torna, en tal caso, simplemente en un ser poseído y llevado de
acá para allá, pero no en un ser que decide responsablemente, como ejemplo,
piénsese en los abusos del instinto de poder, capaz de destruir la totalidad de
la estructura personal”[2].
Por lo tanto, en la educación de los hijos, se debe tener en
cuenta su formación religiosa, que es educación del espíritu, consecuencia
natural. Los esposos son los que determinarán de común acuerdo qué horizontes
educativos quieren para sus hijos en esta importante parcela de sus vidas.
Porque es la vida según el espíritu y de acuerdo con unas normas morales lo que
será un importante cauce en sus vidas de hijos, que serán indudablemente
ciudadanos responsables no en muchos años más tarde.
[1] Otto
Dürr. Educación en la libertad. Rialp. 1971, Página 70
[2] Otto
Dürr. Educación en la libertad. Rialp. 1971. Página 90
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