Un día respondes con una mentira. Al día siguiente, son dos
mentiras. Una semana después, has ido a un entierro: has enterrado la veracidad
en tu vida.
Un lunes no cumples con tu deber de estudiar o con tu deber
profesional. El martes has quedado con un amigo para jugar al tenis y dejas el
estudio o el trabajo para el miércoles. Al finalizar la semana te has
convertido en un vago.
En una pequeña operación financiera introduces un cargo
adicional de diez céntimos, por cada kilógramo vendido de un determinado
producto. Sobre-precio que termina en un beneficio directo en tu bolsillo. Diez
días después, modificas el cargo adicional pasándolo a veinte céntimos. Y al
comenzar la semana siguiente, el cargo adicional beneficioso para ti, lo sitúas
en 1.50 euros por cada kilógramo vendido. Un mes después, te has convertido en
un corrupto.
Es la teoría del “plano inclinado”. Se comienza por un leve
deterioro. Se acentúa en los días sucesivos y se llega a un estilo de vida alejado
de la justicia. Bajas y bajas en tus convicciones con la misma facilidad que se
baja del Teide.
En la vida cristiana ocurre lo mismo. Se rompe levemente la relación
con nuestro Padre y Creador. Por ejemplo: un domingo voluntariamente sin misa. Acción
que repites de vez en cuando. Al cabo de
un mes, el deterioro en la relación con Dios es mucho más significativo.
Y aquella persona que, fue educada para obrar el bien, se ha confeccionado,
según sus últimos actos, en una persona frívola y superficial: él mismo se ha
encadenado en una cárcel invisible y ha dejado de ser persona libre.
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