Peter Berglar, doctor en Medicina y en Historia, Profesor de Historia Moderna en la Universidad de Colonia, escribe en un artículo un simpático encuentro con dos estudiantes de su Universidad.
Ocurrió hacia finales del semestre universitario del invierno
1973/74. Acudió a mi despacho en la Universidad un estudiante que quería
consultarme sobre diversos puntos referentes a mis clases. Al terminar, me
espetó la siguiente pregunta: “¿Cree usted, señor profesor, que Dios es el
Señor de la historia?” Me encontré un poco desconcertado, pues en la
Universidad casi nunca se tratan tales temas; los estudiantes nunca nos los
plantean; están considerados como poco científicos. Ya que pregunta tan
directamente -contesté- sí, lo creo. Y seguimos conversando un rato sobre el
tema.
Pasaron meses hasta que volví a encontrar al estudiante. Me
pidió que continuáramos la conversación y dijo que quería venir con un amigo,
también estudiante, de historia del arte. Ese coloquio entre tres tuvo lugar en
mi casa. Disfruté de lo lindo desarrollando ante ambos mis elucubraciones sobre
el problema de la Providencia divina y de la libertad humana en la historia.
Gente simpática -dije a mi mujer cuando se habían ido- irradian un algo alegre
y nos hemos reído juntos.
Hasta aquí la narración del profesor Berglar.
Pero este episodio me hace recordar también mi juventud.
Tenía yo veinte años, cuando junto a mi grupo de amigos decidimos fundar y
escribir una revista. Yo me encargué de un artículo sobre la juventud. No
recuerdo el título que le puse. Pero, sí que en él hacía una defensa de la
juventud, de sus ilusiones y de sus deseos, aspiraciones y convicciones. Quería
resaltar en aquel escrito que, la juventud también tiene y defiende planes,
objetivos y empresas nobles. No sé que logré, porque no es fácil conocer el
impacto que tienen las palabras. Sí sé, que fue valioso para mis amigos. Sin
conocer entonces a los dos estudiantes de Colonia, nunca he llegado a
conocerlos; mi manara de ser tenía, sin embargo, cierto parecido con el talante
de aquellos dos audaces aventureros.
Y termino. Ciertamente hay una juventud, también ahora, que
se enreda en aventuras trágico-cómicas, por llamarlas sin echar más leña al
fuego; pero también está la otra juventud, la que aún hoy, tiene un claro y
certero parecido con aquella que yo quise retratar porque existía y existe.
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