DISTINTOS TIPOS DE AMORES.
Hay amores que se mantienen solos: el
amor a los padres, a los hijos, a la tierra en la que hemos nacido. Pero hay
tres amores que hay que pelearlos: el amor a Dios, a la pareja y al trabajo.
Estos tres amores se mantienen con formación.
La formación es la que nos asegura que cuando caemos, nos podemos volver a
levantar.
El amor se establece en los sentimientos,
en la inteligencia y en la voluntad. Cuando
los sentimientos fallan, hay que ir a la inteligencia y a la voluntad: a la formación,
para continuar en la pelea. “El amor es
un don para los demás” (S. Juan Pablo II). El amor se
derrama a otros: familiares, amigos, etc.
Se concreta en amor a la pareja
(novio/a; esposo/a) con sus virtudes y defectos, con sus carencias y sus
riquezas y la primera consecuencia es la donación, la entrega a la persona
amada. Amar es vivir en el olvido de sí mimos. Olvidarse de los propios
intereses y satisfacciones, que por otra parte nos pueden hacer un perfecto
infeliz y desagraciado, para darse a la persona amada. Se consigue cuidando los detalles de
comprensión, de cariño y de ternura y de dedicación de tiempos en la vida
familiar y matrimonial.
AMAR es saber celebrar lo pequeño. No “machacarse” uno al
otro. Acomodarse a las carencias que tenga, compartir, comunicarse, no querer
por lo que se recibe; respetar, respetarse y siempre ser educados. También,
evitar los numeritos en público. Y saber que ver las cosas de modo distinto no
es desunión, es complementaridad. Agradecer los detalles, no cargar las tintas
con las limitaciones del otro (tarda mucho en arreglarse por la cantidad de
potingues que utiliza). Ayudarle a mejorar.
Y evitar las frases rotundas, del tipo de “hasta aquí
hemos llegado”; o “tú nunca me quieres o has querido”; o “todos me adoran menos
mi marido o mi esposa”.
En definitiva, cultivar la alegría que rompe la
monotonía y hace llevaderas las penas.
La
afectividad conyugal ha de durar siempre
y se expresa normalmente con detalles sencillos. Escriben Anderson y
Granados en Llamados al amor que
Rasiner María Rilke pasea con su amigo por las calles de su ciudad. Pasan ante
una iglesia en las que una mendiga pide limosna. Su amigo le da unas monedas.
Continúan caminando y Rilke compra una rosa. De vuelta, al pasar nuevamente
junto a la iglesia, Rilke entrega la rosa a la mendiga. Su respuesta a esta
ofrenda, en apariencia sin valor, alguno, fue diferente: levantó los ojos y
sonrió. Durante una semana no se la volvió a ver en la puerta mendigando.
Cuando el amigo de Rilke preguntó al poeta: ¿De qué habrá vivido esta mujer
durante todo este tiempo? Recibió esta respuesta: “Está claro, Ha vivido de la
rosa”. Un gesto de afecto es importante.
Y también sabe ese corazón, que hasta que llegue el
matrimonio, hay unos límites para expresar el amor.
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