La palabra, tanto si es oral, escrita o pensada, cuando es auténtica y real, tiene un
importante papel en la comunicación, en la conducta, en la elaboración de las
ideas y en la construcción de la propia personalidad. Mediante la palabra, nos
entendemos, comprendemos y conocemos y fortalece nuestros lazos afectivos. Es
necesaria para ponerse de acuerdo. Teniendo paciencia ante lo desconocido u
oscuro.
A propósito de la palabra y de la idea, la filósofa
judío-alemana, Hannah Arendt, que trabajó como reportera cubriendo el juicio a
Adolf Eichmann, el nazi que organizó el genocidio contra los judíos escribe en
“La banalidad del mal”, refiriéndose
al carnicero nazi, lo siguiente: “No era
un estúpido; era, simplemente, un hombre que carecía de ideas (algo muy
distinto de la estupidez) y esas falta de ideas lo había convertido en un
individuo predispuesto a convertirse en uno de los mayores criminales de su
tiempo. Y si esto es banal e incluso grotesco, si aun poniendo nuestra voluntad
no conseguimos descubrir en él una profundidad diabólica o demoniaca, eso no
quiere decir que su situación y su conducta fueran comunes. (…) Ese alejamiento
de la realidad y esa falta de ideas pueden ser mucho más peligrosas que todos
los instintos malvado que, quizá, sean innatos en el hombre”.
La palabra y las conexiones de unas y otras,
construyen frases, que previamente se han originado en la mente, dando lugar a
ideas nuevas o a recordar otras ya conocidas. Las ideas y los conceptos son
necesarios en la vida humana.
Federico de Prusia visitaba la cárcel de Spandau y
preguntaba a los presos la causa de su condena. Todos se declaraban inocentes,
Sólo uno reconoció su delito y la justicia de su condena. El rey dijo entonces:
“Un criminal como tú no debe estar entre tantos inocentes. Coge tu petate y
vete: estás libre”.
La palabra cuando es correctamente utilizada, y
conformada con la realidad, no olvidemos que la realidad es la verdad, ejerce poder. Ofrece el ejercicio de humanizar al
hombre, de facilitar el gozo de la vida.
Así lo entendieron los clásicos, cuyo seguimiento es tan favorable para
el buen conocimiento.
Insisto sobre la verdad. La verdad es adecuación del
entendimiento a lo real. La consecuencia es que debemos asegurarnos de que nuestros
pensamientos se corresponden con la realidad. En este momento me viene el
recuerdo de una entrevista que Solzhenitsy, escritor e historiador ruso, Premio
Nobel de Literatura en 1970, crítico del socialismo soviético, que contribuyó a
dar a conocer el Gulag, el sistema de campos de trabajos forzados de la Unión
Soviética en el que él estuvo preso desde 1945 hasta 1956, concedió al The
Times el veintitrés de mayor de mil novecientos ochenta y tres. Se expresaba
así: “La meta de la existencia del hombre no es la felicidad, sino el
crecimiento espiritual”.
Cuenta Plutarco que un célebre fisonomista, estudiando
los rasgos de Sócrates, lo definió como entregado a la embriaguez, a la
violencia y a los vicios más viles. Enterados los discípulos de Sócrates de
aquella aseveración, quisieron matar al fisonomista por la ofensa, pero el maestro los calmó diciendo: “Tiene razón
este hombre: yo sería todo lo que él dice y más, si no me hubiera consagrado al
estudio de la Filosofía, que me liberó y renovó”. Esta es la enorme importancia
que Sócrates atribuía al estudio de la palabra y de las ideas.
Palabras e ideas que también son camino hacia el
encuentro con la bondad y la belleza. Si las cosas bellas tuviesen el don de la
palabra y de la idea, no dejarían de hablarnos, de preguntarnos, de
orientarnos. Porque todo lo bello se da, se entrega a su admirador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario