María
y José dejan Nazaret. Emprenden el camino hacia Belén. Unas tres jornadas de
caminar. María va recogida, medita en el muy próximo Nacimiento de su Hijo.
José, respeta su recogimiento y le acompaña con el silencio. Los ángeles,
Gabriel también, con una presencia no visible, permanecen junto a ellos.
María
medita en la Encarnación del Verbo. A su mente vuelve una y otra vez lo
ocurrido hace nueve meses, momento en el
que el ángel Gabriel le anunció el mensaje de la Santísima Trinidad con
relación a su maternidad.
María se
detiene en considerar la humillación a la que se somete el Verbo tomando carne
humana para la salvación de toda la humanidad. Y piensa y habla con el Creador,
sobre el gran amor de Dios, que es la causa del anonadamiento del Verbo.
De vez en
cuando, mientras continúa ascendiendo hacia las tierras de Judá, el Niño se
mueve en su seno virginal.
Sin saberlo
José, sin saberlo María, sin embargo, hay momentos en los que sus pensamientos
siempre en un silencio contemplativo, confluyen, y los dos meditan y exclaman
interiormente: ¡Ven Señor Jesús!
La primera
jornada finaliza y buscan un lugar en el que descansar.
Al día
siguiente, la segunda jornada de este caminar único en la historia. María dedica las horas a contemplar y meditar las palabras
del ángel Gabriel: será llamado Hijo del Altísimo. Su trono será el de David y
su reino en la casa de Jacob no tendrá fin.
José
continúa respetando con su silencio, la oración de su esposa. Hace frío.
Están en el
mediodía mientras atraviesan Samaria. Cerca está la ciudad de Sicar. Lo mejor
es acercarse al pozo y descansar y tomar algunos alimentos. Así lo hacen. José
saca agua del pozo. Bebe y da de beber a María. Después, también beberá el
burrito. Apagadas la sed, José vuelve a sacar más agua, con la que se lava la
cara y en ese momento, nota algo extraño en su rostro y en todo su cuerpo. Su
corazón se acelera. Comen y descansan. José sentado y apoyado sobre un árbol,
se adormece. Y sueña. Minutos después, ya despierto, dice a María: He tenido un
sueño.
Su esposa
responde: ¿Qué te ha dicho el ángel?
-
¿Cómo
sabes que en el sueño ha venido un ángel?
-
Lo
he visto, añade María.
-
Dice
que el agua con la que me he lavado es la gracia.
Continúan
el camino hasta que el sol comienza a declinar. Y nuevamente, como en la noche
anterior, buscan un lugar resguardado en el que pasar la noche.
Al día
siguiente, tercera y última jornada. María la dedica recitar a meditar el Magníficat.
Llevan tres
horas de caminar y ya divisan Jerusalén. Pero no se van a detener en la
capital. Continuarán con dirección a Belén. Dos horas más y habrán llegado.
El cielo se
ha cubierto de abundantes nubes. El frío es helador. Comienzan a ver las
primeras casas de la ciudad de David.
Enseguida
hay que buscar alojamiento. La ciudad está superpoblada. El empadronamiento ha
dado lugar a esta invasión de belenitas que vuelven a su origen para cumplir
con el mandato de César Augusto. No hay forma de encontrar donde pernoctar.
Un conocido
de José le aconseja salir de la ciudad y pasar la noche en una de las cuevas
del exterior. Al final, es lo que hacen. En una de ellas se instalan.
José
comprueba que el frío ha aumentado. Deja
a María en la cueva mientras sale a buscar leña. Un poco de fuego hará que la
noche sea menos cruda.
Minutos
después regresa llevando un hatillo de leña y al entrar en la Cueva, ve a María
con el Niño en sus brazos. Jesús acaba
de nacer.
José se
arrodilla ante el Niño, le besa y le adora.
“Yo soy un pobre pastor, sólo tengo un
miserable establo, un pequeño pesebre,
algunas pajas; os lo ofrezco todo, dignaos aceptar este pobre tugurio.
Apresúrate, Jesús, aquí tienes mi corazón; mi alma es pobre y está desnuda de
virtud, las pajas de mis innumerables imperfecciones te herirán, te harán
llorar; pero, oh mi Señor, ¿qué queréis? Esto es lo poco que tengo. Tu pobreza
me conmueve, me enternece, me arranca lágrimas; pero no sé ofrecerte otra cosa
mejor. Jesús, embellece mi alma con tu presencia, adórnala con tus gracias,
quema estas pajas y transfórmalas en suave lecho para tu cuerpo santísimo”. Oración del seminarista Ángel José Roncalli
(S. Juan XXIII), el 24 de diciembre de 1902.
¡FELIZ
NAVIDAD 2016! JGC.
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