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Mi amigo Hércules podría probar con una terapia del deseo que
puede resumirse en tres ideas fundamentales. La primera es que nuestros deseos
se fundamentan en nuestras carencias. Y la mejor manera de paliarlas no es con
una satisfacción momentánea, como nos presenta la sociedad de consumo, sino
mediante hábitos que permitan desarrollarnos con plenitud. Para eso hay que
examinar nuestros deseos y entender por qué deseamos lo que deseamos, descubrir
el vacío que está en su raíz. Tal vez Hércules desee coches caros o éxitos
profesionales para sentirse afirmado en algo. Este deseo no se ve colmado en
nuestra vida corriente y pensamos que alcanzando una determinada posición
social seremos, por fin, alguien. Pero puede que en realidad sea más
interesante buscar la afirmación en las actividades que realizamos por otros,
alentados por el sentimiento de comunidad, que en la búsqueda narcisista de
propia afirmación (que posiblemente será frustrante a la larga).
Hércules ha basado su vida en lo que esta le ofrece, con
todos sus reclamos seductores, y tiene que darse cuenta de que lo interesante
es lo que él puede ofrecer a la vida, a su comunidad. Tratar de solucionar el
problema de la soledad mediante sucedáneos no conduce a nada. Detectar las
carencias de fondo es una manera de entender nuestros deseos y quizás
replantearse cómo conseguir paliarlas del mejor modo posible. Los deseos de
no-soledad, de afirmación y de sentido encuentran su óptima satisfacción en el
amor, entendido como un arte que nos abre al mundo.
La segunda idea es que en ocasiones no podemos controlar
nuestros deseos de modo directo, pero sí los estímulos. Para que haya deseo,
tiene que haber algo que lo provoque, una sensación o pensamiento, algo que
estimule la memoria y la fantasía. En la medida en que nos sometemos a menos
estímulos, nuestros deseos también serán más moderados. Hércules a lo mejor
podría moderar su uso del smartphone, la música que escucha sin pausa, todo
aquello que le impide encontrar silencio interior. Si reduce el ruido que llena
su mente y no tiene siempre un reclamo, podrá comenzar a ser dueño de su vida.
En tercer lugar, como bien apuntaban los estoicos, muchas
veces nuestros deseos se ven apaciguados cuando valoramos de forma adecuada el
objeto del deseo. Por ejemplo, cuando Hércules desea comprar un móvil de última
generación, si se da cuenta de que es un objeto destinado a caducar, su deseo
se puede ver algo aquietado, ya que lo considera en su justa medida. En este
sentido, considerar el posible fracaso del deseo y asumirlo me ayuda a no
frustrarme si no se ve colmado. Imaginemos que quiero viajar a un país exótico:
en la medida en que valoro el objeto del deseo y considero que es algo que
puede salir mal (retrasos en el vuelo, mal tiempo, precios caros, comida
mala…), a partir de ahí, si las cosas van bien, será porque es un regalo que me
ofrece la vida.
La estrategia de minimización mediante este ejercicio de
examen del deseo resulta muy provechosa. Lógicamente, no se trata de no desear
(hemos visto que el deseo es necesario), sino de evitar frustraciones
innecesarias. Vivir como si no tienes nada hace que todo sea ganancia. Entonces
podrá apreciar el valor de los pequeños placeres de la vida, que son siempre un
regalo. Para salir de la monotonía, no hay que huir de lo cotidiano, sino
mirarlo de otro modo. El deseo, antes que reprimirlo, hay que comprenderlo.
Manuel Cruz Ortiz de Landázuri
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