Retrato de Tomás Moro con su familia.
El ser humano es relacional, y educar es siempre una relación
interpersonal. Una relación en la que al menos uno, funciona muy bien. En ella
y durante todo el proceso, el educador presenta al educando la realidad. Y lo
real es la verdad. La realidad, la verdad, nos dice que es posible vivir en
libertad y por eso, podemos elegir mejor. Y gracias a que somos libres, podemos
ejercer el compromiso. En nuestro caso, el compromiso a educar. Educar es
ofrecer la verdad a otra persona. Una relación en la presentamos lo real, la
verdad, los valores.
Pues bien, en toda relación interpersonal, se produce la presencia
de un individuo. La presencia es el corazón de una relación educativa. Así
que para que el educador eduque, lo que se le pide es que sea realmente
educador. Es decir, que sea presencia para el niño, para el adolescente,
para el joven. Manifestaba Cicerón que la más alta realización de un hombre
consistía en trabajar por el bien de su ciudad. Eso mismo puede decirse de unos
padres y de los profesores, si es aplicada la frase ciceroniana a los hijos y
alumnos.
Parte importante de la relación interpersonal de la que vengo
hablando es el correcto ejercicio de la autoridad. Sin autoridad no hay
educación. Sin la autoridad (prestigio)
de Sócrates, sus discípulos no hubieran aprendido nada de nada.
Esa relación interpersonal en el ámbito familiar, en la que
como vengo diciendo la autoridad es un valor muy importante, es posible y
mejorará notablemente, si en el hogar se mantiene y ejerce una positiva y
adecuada comunicación entre los padres. Dice Donati en “La familia como raíz de
la sociedad”: “Una pareja puede vivir en el eje reciprocidad-sexualidad e
ignorar el don de la generación; o puede, al contrario, vivir el don y la
generación, pero ignorar la reciprocidad. En todos estos casos, la relación
familiar existe en forma incompleta, con vacíos y problemas que deben
afrontarse. […] si un progenitor da su afecto al hijo, pero se lo niega al
cónyuge, interrumpe el circuito de la reciprocidad, genera problemas en todos
los intercambios. Solo cuando los elementos del genoma familiar están presentes
y operan relacionalmente, las relaciones que conectan a los miembros alcanzan
esa plenitud relacional que realiza propiamente ‘la familia’ en cuanto
arquetipo; toda variación posible genera formas familiares que lo son solo por
analogía o metáfora. La socialización de los hijos no depende de cada
progenitor en particular, sino de cómo viven en la práctica su relación: el
hijo observa y decide su modo de vida en cuanto se regula sobre la relación
entre los progenitores, no en función de lo que cada uno de ellos le dice”.
Vuelvo sobre la autoridad. Si es ejercida con sentido común
siempre ha sido un potente foco educativo. La auténtica autoridad da órdenes
cuando es preciso, pero también y más frecuentemente, cambia esas órdenes por
orientaciones comprensibles para el hijo. A veces el hijo se equivoca, pero la
equivocación y el error son fenómenos humanos, hay que admitirlos, hay que
contar con ellos en una educación en la libertad. Pero hay que reconducir esos
errores.
En esos casos, el sentido común es imprescindible. Es el que
nos irá indicando cómo enfrentarnos a cada situación. Lo que dicen las ciencias
educativas ayudan al sentido común, más aún, si antes nosotros hemos vivido
situaciones parecidas. En realidad, los padres son, deben ser, constructores de
hombres con voluntad: Desarrollando en los hijos la capacidad de amar. Ayudándoles
a que rompan el círculo de su yo y realicen servicios para la familia. Con la obediencia.
Esfuerzo, en el cumplimiento del deber. Buscando el mejor ambiente para ellos. Con
normas. Pocas. Claras. Pensadas. Coherentes.
Y este plan, solamente se podrá desarrollar allí donde madre
y padre ejerzan el aspecto esencial en un progenitor: la autoridad.
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