“Todos los hombres desean saber” (Aristóteles: Metafísica, I, 1). Y Platón
dijo que el hombre busca el conocimiento seguro que es uno e igual en todas
partes. Con su pensamiento, el hombre puede llegar a la verdad.
“Todo hombre participa de la razón eterna y por ello, tiene
en sí mismo la posibilidad de vislumbrar la verdad. Por eso, todo lo bello que
ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los
cristianos”[1]. El
hombre de pensamiento abierto tiene una mejor disposición al encuentro con la
verdad, que el de pensamiento cerrado.
De igual modo que dos personas pueden contemplar el techo de
la Capilla Sixtina y tener un goce completo a la vista de la obra maestra de
Miguel Ángel. Pero el que tenga mejor formación artística obtendrá un placer
mayor que el otro, de gusto menos cultivado. El de menor apreciación artística
quedará totalmente satisfecho; ni siquiera se dará cuenta de que pierde algo,
aunque esté perdiendo mucho. De un modo parecido, le ocurre al hombre con mejor
formación cuando se topa con la verdad.
Por lo tanto, hay una fuerte relación entre la verdad y el
estudio y la formación. La verdad es lo real, es decir, el conocimiento exacto
de las cosas. Y esa verdad debe ser segura para todos y para siempre. Fuera de
la verdad, del conocimiento exacto de las cosas, nos podemos encontrar con la
mentira, con la duda, la incertidumbre y sobre esas situaciones no se puede
vivir. La vida no es igual, si
consideramos que el hombre puede conocer la verdad, o por el contrario,
afirmamos que ello no es posible. Si el hombre puede conocer la verdad, esto
influye en el concepto que tengamos de la vida, y en lo que hacemos y debemos
hacer.
El abandono de la idea de una verdad universal sobre el bien
y el mal, conduce al hombre a la formación de una conciencia subjetiva y a
obrar de acuerdo con ella. ¿Adónde llegamos, pues? A una ética individualista:
cada uno tiene “su verdad”, diversa de la verdad de los demás. Es un pensamiento que procede de las falsas
sabidurías que siempre han levantado imponentes obstáculos a una renovación del
hombre. ¿No tiene el hombre una luz en su inteligencia – la llamada ley
natural-, para conocer el bien y el mal, que es el gran objeto de la verdad? Tenemos
el deber de buscar la verdad. La búsqueda responsable de la verdad es señal de
madurez.
No tiene el mismo valor un juicio adecuado a una verdad, que
aquel otro que se pronuncia asentado en el error. ¿Quién está en la verdad, Susana (Dan 13,
22-23) o los dos jueces injustos que le proponen una pasión impura y a
continuación la acusan injustamente de haber consentido en esa propuesta?
La ley divina es la gran fuente de la verdad. El bien de la persona consiste en estar en la
verdad y es justo y necesario declarar que algunas afirmaciones filosóficas y
del pensamiento pueden no estar en la verdad, por lo que anteriormente ya se ha
dicho: no poseen el conocimiento exacto de las cosas. Veamos una posibilidad:
Un ciudadano dirá que cree en la democracia, en el gobierno constitucional y en
la libertad de los ciudadanos. Pero si luego, no votara, no pagara los
impuestos, ni respetara las leyes del país, indudablemente es un hipócrita. De
igual modo, no solamente hay que creer en las verdades reveladas por Dios,
también hay que observar sus leyes. La verdad siempre ha sido negada por los
diferentes totalitarismos.
Ricardo Yepes en “La verdad como inspiración”. Dice lo
siguiente: En el mundo ha cundido una mentalidad según la cual la verdad no
puede ser absoluta, capaz de desafiar el paso del tiempo, válida para todos los
hombres. Es un proceder originado en el relativismo.
El relativismo de hoy está en parte fundado sobre un falso
dilema entre una supuesta verdad absoluta y la libertad. Una verdad absoluta
sería algo que la autoridad impone. Algo asfixiante. Pero eso es un equívoco
puesto que la auténtica verdad es universal, pero no absoluta. Son dos cosas
completamente distintas. Resulta, en efecto, paradójico que la época histórica
que ha defendido más la libertad haya sido capaz, simultáneamente, de crear
sistema de verdades absolutas que han contribuido notablemente al relativismo,
al escepticismo y a la crisis generalizada de la noción misma de verdad. Eso no
impide que seamos críticos. Pero una cosa es ser crítico, y afirmar que hay puntos de vista diferentes, y aún opuestos,
que contienen siempre verdades razonables, y otra bien distinta es sostener que
no hay verdad universal. Sin embargo, la
verdad afecta tan profundamente al hombre que le conmueve por completo. Esta es
la primera consecuencia del encuentro: la conmoción. Por ella, me transformo interiormente y
reorganizo mi vida para una conquista, porque la verdad merece ser conquistada.
Y ese encuentro o conquista me inspira: trataré de reproducir y expresar la
verdad que he encontrado. Entonces, lo decisivo es preguntarnos qué verdad
inspira nuestra vida, qué alcance tiene.
Ese inspiración y deseo es un hecho muy claro en la vida de
muchos hombres, grandes y pequeños. Una verdad vista claramente en un momento
ha marcado el rumbo de su vida de modo definitivo. Las grandes gestas humanas
(artísticas, religiosas, políticas, intelectuales...) son fruto de la
inspiración que una determinada verdad ha puesto en las vidas de sus protagonistas. Por eso, negar que la
verdad existe es negar la mayor parte de la grandeza del hombre. Suprimirla es
suprimir la inspiración, el arte, e incluso el ejercicio de la libertad.
La formación abre las puertas y ventanas a la verdad. La
persona con formación o en proceso de formación, piensa mejor. Sabe pensar los
pros y los contras de las cosas; tiene más y mejores recursos para diferenciar
el bien y el mal.
CONCLUSIÓN.
• Amar la
verdad.
• Buscarla a
partir de la propia formación personal.
• El estudio
sincero es puerta de la verdad. Es preciso cultivarlo.
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