Probablemente
en todos los periodos, prehistóricos o históricos de la vida del ser humano, aparecieron
momentos duros en su vida. Si nos fijamos en la formación de Roma,
especialmente desde la época de Julio César hasta el día de hoy, fueron
sucediéndose tiempos difíciles con otros
de algo de más sosiego. La actual que se vive en el mundo, también lo es. Por eso estos tiempos necesitan
de hombres y mujeres fuertes. Efectivamente, fortaleza es lo que precisa esta época.
Solamente
mediante una educación en la fortaleza, podemos aspirar a la excelencia en gran cantidad de aspectos
de la vida de este comenzado siglo.
Seguramente
que nos podemos acordar de Pericles, Demóstenes, Cicerón, o por acercarnos a
nuestro siglo, al Parlamento húngaro que recientemente nos ha ofrecido un
ejemplo de fortaleza y sentido común con la aprobación de su nueva
Constitución, por no recurrir a la memoria de Konrad Adenauer (Canciller de
Alemania después de la Segunda Guerra Mundial), Alcide di Gasperi (Ministro y
Presidente del Consejo de Ministros de Italia) y Robert Schuman (varias veces
ministro de Francia).Tres grandes políticos de la segunda mitad del siglo
XX, a los que se considera fundadores de
la Europa actual.
La fortaleza que deseamos nos
impulsará a amar el mundo que tenemos, también lo defectuoso que iremos
encontrando, pero con el compromiso de transformarlo. ¿Cómo? Con la aplicación
de la vida a lo bueno, a lo justo y a lo verdadero. Amar a este mundo, es
entregarse con ardor a la conquista del bien.
No viene
mal, que alguna vez echemos la mirada a los valores grecolatinos que han venido
siendo pilares básicos de una buena educación. Millán Puelles ofrecía un apunte
interesante: “la diferencia entre el ser
educado y el no educado, decía, es
semejante a la que existe entre lo perfecto y lo imperfecto”. Y Richard
Hermstein y Charles Murray afirman: la
educación debe lograr algo más que pericia técnica. Debe tratarse de una
educación que estimule la sabiduría y la virtud a través del ideal de la
persona educada. Poco cambiará hasta que los educadores no asuman de nuevo este
aspecto.
Todos los
años, una vez finalizado el curso, las autoridades educativas conceden los Premios extraordinarios de
Bachillerato a un numeroso grupo de
jóvenes. Otras instituciones, premio de
Reconocimiento a los alumnos que han conseguido la excelencia. En
ninguno de esos casos, esos chicos y chicas han merecido tales distinciones
debido solamente a un excelente cociente intelectual, que seguro que lo
tienen. Junto a tal capacidad, en todos ellos ha brillado notablemente la
fortaleza que han aplicado a sus estudios y trabajos. Pues bien, recordémoslo
una vez más: con la fortaleza no se nace, se adquiere por educación.
Hemos conocido épocas en las que los
valores educativos procedían de la tradición cristiana. Eran la defensa y
promoción de la dignidad humana, del valor de la razón, la libertad y la
verdad, entre otros. Eran elementos colaboradores a la pluralidad de un país o
de una sociedad. La pluralidad es positiva, sin ella no es posible la libertad,
ni la educación. Y no olvidemos, que educar es introducir a una persona en la realidad y se llega a la realidad a través de la verdad. Es más,
el hombre libre es el que se compromete con la verdad, como dice Carlo
Caffarra: Somos un gran deseo (de
justicia, de verdad, de amor…) cuya realización está confiada a nuestra
libertad.
Y todo ese
panorama solamente la realizarán los hombres y mujeres fuertes. La fortaleza no
es solamente la capacidad de resistir. Es también, la energía para proponer y
lanzarse a realizar obras que contribuyan a mejorar este periodo difícil y duro
en el que nos encontramos.
Esto es lo
que solicitamos a los educadores, especialmente a los padres, pero también a
las autoridades civiles y eclesiásticas, a los medios de comunicación e incluso
a las comunidades de vecinos, porque esos deseados hombres y mujeres fuertes,
están arropados por todos esos ambientes. Luego, por favor, no se inhiban.
Colaboren, trabajen, por el bien de la sociedad en la que nos encontramos. Y la
mejor colaboración que necesitan los seres humanos del siglo XXI, es que
ustedes sean coherentes con los principios básicos y también esenciales de la
vida humana.
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