jueves, 27 de junio de 2019

LA EDUCACIÓN Y LA AUTORIDAD DE LOS PADRES

Retrato de Tomás Moro con su familia.

El ser humano es relacional, y educar es siempre una relación interpersonal. Una relación en la que al menos uno, funciona muy bien. En ella y durante todo el proceso, el educador presenta al educando la realidad. Y lo real es la verdad. La realidad, la verdad, nos dice que es posible vivir en libertad y por eso, podemos elegir mejor. Y gracias a que somos libres, podemos ejercer el compromiso. En nuestro caso, el compromiso a educar. Educar es ofrecer la verdad a otra persona. Una relación en la presentamos lo real, la verdad, los valores.
Pues bien, en toda relación interpersonal, se produce la presencia de un individuo. La presencia es el corazón de una relación educativa. Así que para que el educador eduque, lo que se le pide es que sea realmente educador. Es decir, que sea presencia para el niño, para el adolescente, para el joven. Manifestaba Cicerón que la más alta realización de un hombre consistía en trabajar por el bien de su ciudad. Eso mismo puede decirse de unos padres y de los profesores, si es aplicada la frase ciceroniana a los hijos y alumnos.
Parte importante de la relación interpersonal de la que vengo hablando es el correcto ejercicio de la autoridad. Sin autoridad no hay educación. Sin la   autoridad (prestigio) de Sócrates, sus discípulos no hubieran aprendido nada de nada.
Esa relación interpersonal en el ámbito familiar, en la que como vengo diciendo la autoridad es un valor muy importante, es posible y mejorará notablemente, si en el hogar se mantiene y ejerce una positiva y adecuada comunicación entre los padres. Dice Donati en “La familia como raíz de la sociedad”: “Una pareja puede vivir en el eje reciprocidad-sexualidad e ignorar el don de la generación; o puede, al contrario, vivir el don y la generación, pero ignorar la reciprocidad. En todos estos casos, la relación familiar existe en forma incompleta, con vacíos y problemas que deben afrontarse. […] si un progenitor da su afecto al hijo, pero se lo niega al cónyuge, interrumpe el circuito de la reciprocidad, genera problemas en todos los intercambios. Solo cuando los elementos del genoma familiar están presentes y operan relacionalmente, las relaciones que conectan a los miembros alcanzan esa plenitud relacional que realiza propiamente ‘la familia’ en cuanto arquetipo; toda variación posible genera formas familiares que lo son solo por analogía o metáfora. La socialización de los hijos no depende de cada progenitor en particular, sino de cómo viven en la práctica su relación: el hijo observa y decide su modo de vida en cuanto se regula sobre la relación entre los progenitores, no en función de lo que cada uno de ellos le dice”.
Vuelvo sobre la autoridad. Si es ejercida con sentido común siempre ha sido un potente foco educativo. La auténtica autoridad da órdenes cuando es preciso, pero también y más frecuentemente, cambia esas órdenes por orientaciones comprensibles para el hijo.  A veces el hijo se equivoca, pero la equivocación y el error son fenómenos humanos, hay que admitirlos, hay que contar con ellos en una educación en la libertad. Pero hay que reconducir esos errores.
En esos casos, el sentido común es imprescindible. Es el que nos irá indicando cómo enfrentarnos a cada situación. Lo que dicen las ciencias educativas ayudan al sentido común, más aún, si antes nosotros hemos vivido situaciones parecidas. En realidad, los padres son, deben ser, constructores de hombres con voluntad: Desarrollando en los hijos la capacidad de amar. Ayudándoles a que rompan el círculo de su yo y realicen servicios para la familia. Con la obediencia. Esfuerzo, en el cumplimiento del deber. Buscando el mejor ambiente para ellos. Con normas. Pocas. Claras. Pensadas. Coherentes.
Y este plan, solamente se podrá desarrollar allí donde madre y padre ejerzan el aspecto esencial en un progenitor: la autoridad.

viernes, 21 de junio de 2019

LA MADRE Y SU FUNCIÓN DE ACOGIDA



Desde el momento en que la madre sabe que está embarazada, e
incluso cuando solo lo intuye, todo su mundo, sus aspiraciones, sus actos
y decisiones diarias empiezan a ser replanteados. La trascendencia del
ser que tiene dentro es tal que, aunque esté decidida a abortarlo, no le es
indiferente, no le afecta igual que extirparse un quiste o amputarse una
parte del cuerpo. Implica una responsabilidad sobre otro, un responder
a una llamada del ser del otro a mi ser relacional. Si esta llamada puede
ser recibida por una mujer que se ha constituido en ser-para desde su
significado pleno, aunque al principio suponga para la madre una crisis
su aceptación, también supone la alegría de la confirmación de ese amor
fundante y buscará los medios para acoger a esa nueva persona en la
relación fundante. Y esta acogida proporciona al hijo un sentido globalizante, desde el que desarrolla su mismidad. La tarea aquí de realización principal de la madre es precisamente esa acogida desde la que se desarrolla la mismidad del hijo dentro de un sentido personal. La acogida es la forma específica de dar de la mujer. Se trata de una acogida singularmente femenina, con sus caracteres femeninos que en cada caso tendrán una concreción distinta, pues no hay ni dos madres ni dos hijos iguales, somos irrepetibles, también nuestra relación. Y, puesto que nuestros actos nos transforman, la actitud femenina de atención al convertirse en madre se concreta más, por tener un referente concreto en el hijo.
Un referente no solo continuo en el tiempo, sino interior, que depende
existencialmente de mi acogida durante el embarazo. Esta vivencia de
la madre como dadora directa de vida al hijo en su seno va a conformar
una tendencia en su actitud después del parto. El desgarro interior que
sufre una madre cuando la apartan de su hijo al nacer es una prueba de
la instauración de esta tendencia personal por cuanto que conforma en el
amor dativo tanto al hijo como a la madre. El hijo no es solo una carga,
es un regalo que ofrece su humanidad, que obligándome a trascenderme
me humaniza, y es también una promesa y una oportunidad de sentido
para mí y para otros.
Raquel Vera: Análisis personalista de la relación paterno-materno-filial II:
después del nacimiento del hijo.


viernes, 14 de junio de 2019

HOMBRES DE GRECIA



En la antigüedad, Grecia ofrecía algunos hombres cuyas vidas eran un excelente testimonio de la riqueza de sus convicciones. Su influencia en Occidente ha sido y sigue siendo imprescindible para entender nuestra cultura. Sólo quiero detenerme en dos y muy brevemente.

El primero Aquiles, ese héroe de la Iliada de Homero. Hay un momento en el que el héroe dice a su madre, que le acaba de manifestar el peligro de la vida en la que se entremete (la guerra): “Prefiero la vida breve pero llena de sentido, antes que una larga y que nada signifique”.

Ciertamente, vale la pena preguntarse ¿qué es una vida que no tenga sentido? Una vida frívola, superficial, líquida, como siglos después ha venido a decir Bauman. Sin embargo, cuando la vida se enfoca con un  sentido, siempre deja una venturosa huella a nuestros semejantes, aunque esa señal sea pequeña, pero vale la pena. 

El segundo Sócrates. Al final de su vida, en la Apología, dice el gran maestro: “Sólo os pido que cuando mis hijos sean mayores, si os parece que se preocupan del dinero, o de cualquier otra cosa, antes que de la excelencia, y si creen ser algo no siendo nada, echadles en cara, como yo  a vosotros, que no están preocupándose de lo que deben”.

Sócrates da sentido a su vida en la búsqueda de la justicia y de la verdad. Eso es ya la excelencia, y cosa lógica, ese mismo camino es el que quiere para los suyos, para los que ama.