sábado, 29 de septiembre de 2018

LAS CONDICIONES DE UNA COMUNIÓN DE AMOR



Este gran proyecto, comunión de amor le venimos llamando, precisa de unas condiciones. Nos vamos a detener en algunas muy importantes.
1.     Comunicación. 
Efectivamente, la palabra de ella, la palabra de él, son importantes. Indica el Papa Francisco: “Cuando uno habla a nuestro corazón, nuestra soledad termina. La palabra es el medio esencial en la relación como diálogo. El amor se nutre de palabras”.[1] La palabra de la esposa tiene que llegar al corazón del esposo, (utilizo aquí la palabra corazón como la globalidad del ser, como el motor de la persona). Y entonces, todo funciona bien, porque se entiende que también la palabra del esposo llega con la misma igualdad al corazón de la esposa. “Una persona es tan buena como lo sea su palabra” (La ladrona de libros). Ahora bien, la convivencia diaria, si los enamorados carecen de imaginación, puede acabar con el amor más intenso.[2]
2.     Entrega.
El amor es palabra y también obras. Con la obras efectuamos la donación que hemos prometido.  Es preciso trabajar en  el olvido de sí mismo.
3.     Ayuda mutua. 
La comunicación y la vida afectiva y la entrega deben pretender la mejora del otro/a. También el ámbito espiritual. Hay dos maneras de generación: la corporal y la del alma. En esta, el alma engendra en otra alma ideas y sentimientos imperecederos. Un amante así puede engendrar en el alma del amado el saber, la virtud y la veneración por lo bello, lo justo y lo bueno.[3]
Un Caso: Pierre y Agnes. “¿Qué nos une con tanta fuerza a Pierre y a mí? –Se pregunta Agnes, su esposa-. ¿Por qué dejamos  de vivir, sufrir, ser felices o pensar individualmente, desde  que nos casamos? ¿Por qué nos convertimos en una sola carne de un modo tan completo? (Los bienes de este mundo. Irene Nemirovski. Pag 99),
4.     Camino de unión con Jesucristo. 
El corazón del esposo debe estar lleno del amor de su esposa. Y viceversa.
Evitar reducir el amor matrimonial a la emotividad. Viene bien emocionarse, pero el amor matrimonial es más: es donación. Por eso, su amor pasará por la fe, la razón, la voluntad, el querer y los sentimientos. Esencial es descubrir la persona de Cristo en la vida matrimonial y su ayuda en los planes de mejora de cada uno. Pueden aparecer objetivos interesantes: cambiar de piso, de coche… Pero el gran objetivo debe ser la unión con Cristo. La meta es Dios, y ¿por qué? Porque es lo que nos hace feliz. Comprarse un coche nuevo nos puede dar un poco de felicidad. Pero solamente durante dos o tres años.  A partir de esa fecha, ya es viejo. Dios es bondad y misericordia en sí mismo y para nosotros. Por eso, la amistad con Él nos hace feliz.
5. Dios y los hijos. 
La paternidad y la maternidad no solamente es carnal, también debe ser una paternidad y maternidad en Jesucristo.  Los hijos son de Dios y para Dios. No basta con amarles mucho, sino amarles bien que es desear para ellos lo que Dios quiere para ellos. Dos errores: Ser excesivamente posesivos y el proteccionismo.

6. La comunión de amor se transforma en Escuela: Educación de los hijos. 
En su educación es importante que conozcan el bien y el mal y se conduzcan de acuerdo con el bien. Que cuiden sus modales y formas. Pero lo principal no es la formación ética o moral, que indudablemente es importante. Lo fundamental es que sean educados en el conocimiento y en el amor a Jesucristo. Consecuencia de ese amor, es que luego se portarán bien. Es necesario que puedan tener la experiencia del conocimiento interior –del alma- de Jesucristo. Dice un padre al Director de un Colegio: “De acuerdo, educarles en religión, pero no os paséis”.


[1] Francisco. Catequesis el 20-06-2018.
[2] Octavio Paz. La llama doble. Página 209
[3] Octavio Paz. La llama doble. Página 44.

jueves, 20 de septiembre de 2018

¿Cómo es nuestro amor?



Continuemos con el matrimonio una comunión de amor. Lo es si yo  digo y tú me dices: Nada hay comparable a ti. Tú, en mí vives porque todo lo dedico a ti. Yo estoy tan arraigado en ti, como tú lo estás en mí. El amor de los esposos, es un reflejo del amor divino. Y, ¿cómo tiene que ser ese amor?: Es paciente, servicial, no tiene envidia, no hace alarde… goza con la verdad… todo lo disculpa, lo cree, lo espera, lo soporta. (1. Cor. 13, 4-7). El matrimonio comunión de amor,  es suprema grandeza, Excelsa belleza. Verdadera dignidad. Templo que cobija a los amantes. Y lo más necesario es aprender a saber querer.   Y como expresaba el cardenal Caffarra: “Los dos cónyuges tienen que dar por supuesto siempre que han sido llamados a dar la vida, mientras que no surja algo en contra, y no al revés”.

Consecuencia inmediata de lo hasta aquí apuntado, es que la vida es plena si cada individuo encuentra el amor. Amar es salir de uno mismo para el encuentro con otra persona. Y esto es un gran tesoro.  Tesoro que hay que cuidar, que educar. La esposa consigue por su amor, que su esposo encuentre la plenitud y viceversa. Es así, porque la identidad del ser humano es amar y ser amado.

La vida es una vocación de amor.
 El esposo y la esposa miran con admiración y agradecimiento al otro. Esa es una forma preciosa de saber querer. Es la vida en una vocación de amor. De ahí se deduce que se estará volcado/a en esa vocación. Pensará, sentirá y vivirá para ella. Con frecuencia aparecerán retos en la vida ordinaria, que al mismo tiempo que proporcionan complicaciones, también ofrecen ilusión y esperanza, contribuyendo todo a sellar con más seguridad esa vocación de amor. La felicidad está pues, en esta empresa, y en su realización se encuentra un gran gozo.

Por eso, todo aquello que pueda destruir, o menospreciar este gran tesoro (banalización del amor, divorcio…), está destruyendo posiblemente uno de los  mayores sentidos que tiene la vida de una persona.

En el fondo, todo se reduce a tener un corazón grande. Como escribe Hildebrand en su libro El corazón:  Tener el corazón capaz de amar, un corazón que puede conocer la ansiedad y el sufrimiento, que puede afligirse y conmoverse, es la característica más específica de la naturaleza humana. El corazón es la esfera más tierna, más interior, más secreta de la persona. Cuánto más grande y profunda sea la capacidad afectiva del hombre, mejor”.

El cuerpo humano es de varón y mujer para una relación de donación. Es una relación de darse al otro: es una relación de amor. Cada persona está hecha para dar y recibir amor. Ambos sexos están llamados por el mismo Dios actuar y vivir conjuntamente.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Y EN EL MATRIMONIO APARECEN CAMBIOS



Este gozoso descubrimiento origina unos cambios en el hombre y en la mujer.  En primer lugar es una gran tarea. A ningún bien de orden natural se le ha encomendado tan gran tarea. Se produce el descubrimiento del otro: el amor conyugal nos descubre todo el ser del amado. También sus imperfecciones. Y en tercer lugar, en el matrimonio nos entregamos hasta  lo último. Querer es dar todo de uno mismo. Y siempre con buen humor.

Ahora, descubren el valor personal del otro/a. Se ama a la persona por lo que ella es. Aquellas dos vidas se han convertido en una. El sufrimiento, el bien y la ayuda al otro/a, se convierten en más importante que lo mío. La gran dignidad de la persona amada, se reconoce y se mantiene aún ante las adversidades por el nexo que hay entre el amado y Dios-Padre, fuente del amor. Preciosa es la frase de S. Juan Pablo II: Hemos surgido de un latido del corazón de Dios.

En la novela “Cuando el amor no se gasta”, Enrique, de treinta y un años, habla con Mónica su hermana mayor, sobre sus padres y dice lo siguiente: -   Hay veces que mamá hace o dice algo y me creo que ha sido papá; y otras veces, al revés: dice papá algo y me parece que quien ha hablado ha sido mamá. Son tan iguales en lo que piensan y sienten, que si no fuera porque les veo y oigo el distinto tono de su voz, los confundiría, expresó Enrique.

La amistad.
Esta alegre situación se ve además enriquecida y acompañada por la amistad: La amistad es el ingrediente más importante de un buen matrimonio. La amistad ayuda a la adaptabilidad. Amistad es compartir pensamientos, deseos, sueños, temores, alegrías. La amistad fortalece la comunión de amor y favorece la fe de él en ella y de ella en él.

Tu cónyuge, el  número uno.
Esta comunión de amor obliga afectivamente  a que tu cónyuge sea para ti el número uno: Es decir, conquístale/la cada día. Atiende a los detalles pequeños. Desvívete por él/ella. Se cariñoso/a. Dile con frecuencia cuanto le amas. Esa comunión no se mantiene solamente con cosas materiales, sino con la amistad y la sintonía afectiva y espiritual de los cónyuges. No podemos privar al mundo de este don de Dios.  El matrimonio es una realidad que se constituye por el acto en el que los esposos se entregan expresan y recíprocamente.

jueves, 6 de septiembre de 2018

EL MATRIMONIO UNA COMUNIÓN DE AMOR



En el libro “Entender el mundo de hoy”[1], se dice que “el acontecimiento humano por excelencia es el encuentro con la verdad”.
Encuentro con la verdad.
En el transcurso de la vida, en un determinado momento, algo destaca: es la verdad, una verdad en la que antes no había caído, no conocía. ¿Qué ocurre tras ese encuentro? Que el hombre se ha conmovido. Eso mismo es lo que ocurre en el enamoramiento. La conmoción conduce al cambio. En la vida no estaba aquella verdad  y al ser encontrada, produce una transformación en el que la halló.
El matrimonio es una comunión de amor.
Pues bien, ahondar en la verdad sobre el matrimonio, nos conduce  a considerarlo una comunión de amor, ese es justamente su sentido más profundo.
Aceptar esta verdad es proclamar que cada cónyuge debe ser y vivir consciente del inconmensurable regalo que Dios hizo a cada uno, con la persona del otro. Uno se siente feliz cuando es querido. Ya lo vio Platón con claridad en el Fedón al decir: “la locura del amor es la mayor de las bendiciones del cielo”.
¿Qué ocurre cuando el amor ofrecido es correspondido? 
Es de tal envergadura esta verdad, que como se dice más arriba, su descubrimiento, conmueve. El espíritu del hombre encuentra una cierta plenitud de felicidad, cuando una vez expresados sus sentimientos a la mujer amada, recibe por parte de ella, la convicción y la seguridad, de que la presencia de tal sujeto la rebosa de gozo y la sumergen en la alegría de conocer que ha encontrado un futuro enormemente esperanzador: el anhelo de la unión física y espiritual con su amante. Naturalmente, si el proceso lo inicia la mujer, la realidad de esta verdad, no cambia. En uno y otro caso, se ha producido un bien y como anotó Aristóteles en la Ética a Nicómaco, “el hombre bueno no sólo quiere el bien, sino también se alegra al hacerlo”.
Origen del matrimonio. 
Partamos de su origen, del principio. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... Creó Dios pues, al hombre a imagen suya. Y lo creó macho y hembra. Y dioles Dios su bendición y dijo: creced y multiplicaos y llenad la tierra y ser señores de ella... Y vio Dios cuánto había hecho y todo era bueno” (Gn. 1, 26-31). Según el texto, el plan divino es el siguiente: Hay unidad en la naturaleza humana, y semejanza de hombre con Dios. Diversidad de sexos para una alianza y para una unión por el amor, porque vendrán a ser los dos una sola carne. Y de esa unión amorosa, procederá la fecundidad.
El matrimonio es ante todo comunidad de amor, por eso, la unión corporal no tiene simplemente el significado de procreación. Pero ciertamente, esa unión íntima y estrechísima, lleva  implícita, la generación de un nuevo ser.
El hombre crece y se enriquece en la convivencia, afectividad y sexualidad con su esposa. Y la mujer, igualmente, crece y se enriquece en la convivencia, afectividad y sexualidad con su marido. Es la complementaridad de los sexos la que logra una mayor plenitud en humanidad.


[1] ENTENDER EL MUNDO DE HOY. Cartas a un joven estudiante.  Ricardo Yepes Stork.  Editorial Rialp. 5ª edición, 2010.