Este gozoso descubrimiento origina unos cambios en el hombre
y en la mujer. En primer lugar es una
gran tarea. A ningún bien de orden natural se le ha encomendado tan gran tarea.
Se produce el descubrimiento del otro: el amor conyugal nos descubre todo el
ser del amado. También sus imperfecciones. Y en tercer lugar, en el matrimonio
nos entregamos hasta lo último. Querer
es dar todo de uno mismo. Y siempre con buen humor.
Ahora, descubren el valor personal del otro/a. Se ama a la
persona por lo que ella es. Aquellas dos vidas se han convertido en una. El
sufrimiento, el bien y la ayuda al otro/a, se convierten en más importante que
lo mío. La gran dignidad de la persona amada, se reconoce y se mantiene aún
ante las adversidades por el nexo que hay entre el amado y Dios-Padre, fuente
del amor. Preciosa es la frase de S. Juan Pablo II: Hemos surgido de un latido
del corazón de Dios.
En la novela “Cuando el amor no se gasta”, Enrique, de
treinta y un años, habla con Mónica su hermana mayor, sobre sus padres y dice
lo siguiente: - Hay veces que mamá hace
o dice algo y me creo que ha sido papá; y otras veces, al revés: dice papá algo
y me parece que quien ha hablado ha sido mamá. Son tan iguales en lo que
piensan y sienten, que si no fuera porque les veo y oigo el distinto tono de su
voz, los confundiría, expresó Enrique.
La amistad.
Esta alegre situación se ve además enriquecida y acompañada
por la amistad: La amistad es el ingrediente más importante de un buen
matrimonio. La amistad ayuda a la adaptabilidad. Amistad es compartir
pensamientos, deseos, sueños, temores, alegrías. La amistad fortalece la
comunión de amor y favorece la fe de él en ella y de ella en él.
Tu cónyuge, el número uno.
Esta comunión de amor obliga afectivamente a que tu cónyuge sea para ti el número uno:
Es decir, conquístale/la cada día. Atiende a los detalles pequeños. Desvívete
por él/ella. Se cariñoso/a. Dile con frecuencia cuanto le amas. Esa comunión no
se mantiene solamente con cosas materiales, sino con la amistad y la sintonía
afectiva y espiritual de los cónyuges. No podemos privar al mundo de este don
de Dios. El matrimonio es una realidad
que se constituye por el acto en el que los esposos se entregan expresan y
recíprocamente.
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