En el libro “Entender el mundo de hoy”[1],
se dice que “el acontecimiento humano por excelencia es el encuentro con la
verdad”.
Encuentro con la
verdad.
En el transcurso de la vida, en un determinado momento, algo destaca:
es la verdad, una verdad en la que antes no había caído, no conocía. ¿Qué
ocurre tras ese encuentro? Que el hombre se ha conmovido. Eso mismo es lo que
ocurre en el enamoramiento. La conmoción conduce al cambio. En la vida no
estaba aquella verdad y al ser
encontrada, produce una transformación en el que la halló.
El matrimonio es una
comunión de amor.
Pues bien, ahondar en la verdad sobre el matrimonio, nos
conduce a considerarlo una comunión de
amor, ese es justamente su sentido más profundo.
Aceptar esta verdad es proclamar que cada cónyuge debe ser y
vivir consciente del inconmensurable regalo que Dios hizo a cada uno, con la
persona del otro. Uno se siente feliz cuando es querido. Ya lo vio Platón con
claridad en el Fedón al decir: “la locura del amor es la mayor de las
bendiciones del cielo”.
¿Qué ocurre cuando el
amor ofrecido es correspondido?
Es de tal envergadura esta verdad, que como se dice más
arriba, su descubrimiento, conmueve. El espíritu del hombre encuentra una cierta
plenitud de felicidad, cuando una vez expresados sus sentimientos a la mujer
amada, recibe por parte de ella, la convicción y la seguridad, de que la
presencia de tal sujeto la rebosa de gozo y la sumergen en la alegría de
conocer que ha encontrado un futuro enormemente esperanzador: el anhelo de la
unión física y espiritual con su amante. Naturalmente, si el proceso lo inicia
la mujer, la realidad de esta verdad, no cambia. En uno y otro caso, se ha
producido un bien y como anotó Aristóteles en la Ética a Nicómaco, “el hombre
bueno no sólo quiere el bien, sino también se alegra al hacerlo”.
Origen del matrimonio.
Partamos de su origen, del principio. “Hagamos al hombre a
nuestra imagen y semejanza... Creó Dios pues, al hombre a imagen suya. Y lo
creó macho y hembra. Y dioles Dios su bendición y dijo: creced y multiplicaos y
llenad la tierra y ser señores de ella... Y vio Dios cuánto había hecho y todo
era bueno” (Gn. 1, 26-31). Según el texto, el plan divino es el siguiente: Hay
unidad en la naturaleza humana, y semejanza de hombre con Dios. Diversidad de
sexos para una alianza y para una unión por el amor, porque vendrán a ser los
dos una sola carne. Y de esa unión amorosa, procederá la fecundidad.
El matrimonio es ante todo comunidad de amor, por eso, la
unión corporal no tiene simplemente el significado de procreación. Pero
ciertamente, esa unión íntima y estrechísima, lleva implícita, la generación de un nuevo ser.
El hombre crece y se enriquece en la convivencia,
afectividad y sexualidad con su esposa. Y la mujer, igualmente, crece y se
enriquece en la convivencia, afectividad y sexualidad con su marido. Es la
complementaridad de los sexos la que logra una mayor plenitud en humanidad.
[1] ENTENDER
EL MUNDO DE HOY. Cartas a un joven estudiante. Ricardo Yepes Stork. Editorial Rialp. 5ª edición, 2010.
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