lunes, 29 de junio de 2020

EL TESORO DE LA FAMILIA



En la familia, ¿qué somos? Podemos ser padres, hijo, hermano, abuelo, nieto. Con todos ellos se forma nuestra familia, en la que por eso mismo se establece una relación propia y peculiar entre todos los miembros, aunque también en grados distintos. Por ejemplo, la relación de los padres con los hijos es la de la autoridad; la de los hijos, la obediencia. Pero siempre hay una relación bañada por el afecto.

Es una relación que dura toda la vida. Siempre. Es una relación que se desarrolla en el ámbito en el que vivimos y allí va cambiando, creciendo y desarrollándose en el transcurso del tiempo. Es una relación costosa porque debemos crecer en bondad, amistad, comprensión, generosidad, sinceridad, capacidad de perdonar. Son los valores envuelven constantemente la vida familiar.

Es pues, una relación en la que se conocen y desarrollan valores. Algunos específicos de la vida familiar: el afecto, el interés por el otro, la subordinación de mis deseos al bien del otro, el respeto hacia los que tienen autoridad, etc.

Al vivir esos valores, los vivimos como esposos fieles, como hijos dóciles, como hermanos entrañables, como abuelos entregados. Valores que nos conducen a obrar con la bondad que anida en el corazón bueno de cada miembro. Y justamente ese corazón bueno es lo que más une a nuestra propia familia. Un corazón capaz de soportar la angustia y la dificultad y de expresar también el gozo por el acierto o la conquista del tipo que sea, de alguno de los miembros.

En la familia somos amados tal y como somos y por lo que somos. Ninguna otra cuestión importa. Lo que vale realmente es que somos de la familia y en ella encontramos la serenidad, el sosiego, la comprensión y el afecto.
Realmente nos definimos por ser de una familia. Tú, ¿quién eres?, pregunta uno. Y respondemos: Soy hijo de Fulano, nieto de Mengano. Esa nuestra identidad. Ese es nuestro tesoro.


viernes, 19 de junio de 2020

LA ORACIÓN DE JESÚS


Cuaderno para acercarse a Jesús de Nazaret
LA ORACIÓN DE JESÚS                                                                     Pensamiento 8

“Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro… y se puso a orar”[1]. Llevaba en su Corazón el mundo entero y de ese mundo hablaba con el Padre. Al Padre le cuenta todo: su actividad apostólica, los llamados a ella, las penurias y problemas de sus coetáneos, las debilidades humanas, nuestras caídas y esfuerzos por vivir en el bien. También habla con el Padre sobre su “hora”.

De la oración obtiene Jesús luz del Espíritu para iluminar a Pedro, a Juan, a Nicodemo, a la samaritana, a sus amigos de Betania, al ciego de nacimiento, incluso a los escriba y fariseos.

De la oración obtenemos “sal y luz” para iluminar la vida de nuestras familias, compañeros y amigos. Para así, “empujarlos” hacia el cielo. La oración nos ayuda a “nacer de nuevo para ver el reino de Dios”[2], convertirnos y purificarnos. Porque la oración nos cambia, y facilita vernos y ver las cosas con los ojos de Dios. La oración acrecienta la vida del Espíritu por la que se llega a la intimidad con Él.

En la oración descubrimos la oveja perdida y vamos hacia ella para ofrecerle una vida nueva. Porque toda oveja perdida también está en el Corazón de Cristo, que la mira, la atiende y quiere ofrecerle su misericordia a través de nuestra oración. “¡Es el gran misterio de Dios! Dios que no necesita del hombre para nada, viene en busca de él como si le necesitase”[3].

En la oración percibimos que Dios busca a cada hombre: a Pedro, a Bartolomé, a Mateo, al paralítico de la piscina… Me busca a mí y a ti. Y quiere valerse de nosotros en esa búsqueda, que es una búsqueda de amor. Nos quiere “instrumentos” de su misma actividad. Es decir que seamos lo que Él es.

También en la oración descubrimos nuestras miserias que nos impulsan al arrepentimiento y a la contrición.


[1] Mc. 1, 35
[2] Jn. 3, 3,
[3] Luis Mª Mendizábal. Los misterios de la vida de Cristo. BAC. Página 139

viernes, 12 de junio de 2020

LA MISERICORDIA


LA MISERICORDIA                                                                             Pensamiento 7

Jesús se compadece de los posesos, de los enfermos, de los que fallecen y de sus familiares, de los que padecen hambre y por supuesto de los pecadores. Y actúa en favor de ellos y les ofrece la parábola del hijo pródigo.

Zaqueo, María Magdalena, la Samaritana, la mujer adúltera y muchos más, conocieron su gran misericordia. Por su misericordia enseña el evangelio; por su misericordia ora al Padre por sus discípulos y por todas las gentes. También ora por los que llegarán después.

Al igual que Jesús, el sacerdote cura, alimenta y perdona, todo en el nombre del Señor. El cristiano debe pedir que todos los sacerdotes sean santos.

Contra la santidad están los demonios que, hacen mucho daño con sus insidiosas tentaciones, a las familias, a la juventud, a los sacerdotes y religiosos, a los gobernantes… a todo el pueblo de Dios: la Iglesia. Es bueno pedir al Señor que los sujete y expulse del mundo: ¡Vayan a su destino propio: el infierno!

“¡Cállate y sal de él!”, dijo Jesús al endemoniado[1]. Tu palabra, Señor, venció. Eso mismo podemos pedir ahora: que venza su palabra ante el espíritu del mal.

Dijo Jesús a la monja Sta. Mª Faustina Kowalska: “Proclama que la misericordia es el atributo más grande de Dios. Todas las obras de mis manos están coronadas por la misericordia. Mi Corazón está colmado de gran misericordia para las almas y especialmente para los pobres pecadores. Oh si pudieran comprender que Yo soy para ellas el mejor Padre, que para ellas de mi Corazón ha brotado Sangre y Agua como de una fuente desbordante de misericordia. Di, hija mía, que soy el Amor y la Misericordia mismas. Cuando un alma se acerca a mí con confianza, la colmo con tal abundancia de gracias que ella no puede contenerlas en sí misma, sino que las irradia sobre otras almas”.[2]



[1] Mc., 1, 25
[2] Sta. Mª Faustina Kowalska. Diario. N 301, 367 y 1074

viernes, 5 de junio de 2020

LA BODA DE CANÁ


LA BODA DE CANÁ.                                                                     Pensamiento 6

Allí está María que, conociendo una necesidad, “acude a Jesús en favor de los hombres: no tienen vino”, le dice[1]. Siempre actúa así la Virgen: percibe una necesidad y allí está ella, solícita y servicial. Luego, María dispondrá el corazón de los hombres a la acción del Señor”[2]: “Haced lo que Él os diga”[3].  A esto se reduce la vida cristiana: a hacer lo que Él nos diga, ni más ni menos. Y así actuó como medianera de nuestras necesidades.

En este episodio, María pone en relación, a Jesús con los hombres y a los hombres con Jesús. En las últimas apariciones de la Virgen: Guadalupe, Lourdes, Fátima, su cometido fue semejante: unir los hombres con Jesús. Si unimos nuestra oración a la de la Virgen, todo saldrá bien, muy bien.

La presencia de Jesús en esta boda tiene un significado de salvación. De la misma manera que Jesús puede convertir el agua en vino, puede convertir un corazón duro, despiadado, alejado, en un corazón bueno. Un corazón bueno es el que el Señor anuncia con las Bienaventuranzas. El Señor puede convertir las almas que le escuchan, que estén abiertas a su Palabra, que tenga un poco de buena voluntad, que deseen y busquen la verdadera felicidad.

Si tu caso es que deseas que el Señor te conceda un adelantamiento en la plenitud de la vida cristiana, acude al Señor. Te escuchará y te atenderá.

Aquellas tinajas de agua fueron llenadas de vino, de un buen vino, gracias la palabra de Jesús. ¿Por qué no pedirle que llene nuestro corazón de su misericordia y de su eterna presencia? ¿Por qué no ser más fiel a su voluntad?
La presencia del Señor en la boda de Caná es el anuncio y bendición del amor humano.





[1] Jn., 2, 3
[2] Luis Mª Mendizábal. Los misterios de la vida de Cristo. BAC. Página 121
[3] Jn. 2, 5