La belleza, la elegancia, la gracia y el encanto femenino son
valores que suele poseer la mujer. Pero su mayor valor es su propia persona.
Más claramente, su personalidad. Es también, su carácter, temperamento, capacidad
comunicativa y sus emociones y capacidad afectiva, lo que le hace muy
especialmente atractiva, y por consiguiente de un gran valor.
Así pues, del mismo modo que un buen campo, una buena tierra,
recoge con placidez el agua y el sol, y ella responde devolviendo el bien
recibido por medio de una excelente y rica floración y frutos. Igualmente, al
contemplar el hombre, el tipo de mujer arriba señalado, su respuesta es caer en
el encantamiento, y tras él, en el amor. Por eso, el encantamiento del amado
está esencialmente unido al amor.
El amante ha comprendido que aquellas cualidades enumeradas
en la mujer son valores. Valores que le llenan, le atraen, le llevan a ella.
Ciertamente, al valor se le pueden dedicar varias respuestas afectivas:
admiración, entusiasmo, agrado; pero
cuando el amor es fruto del valor, esta otra respuesta afectiva se da porque
hay un bien que ha sido percibido.
El verdadero amor posee dos rasgos fundamentales: es unitivo
y benevolente.
El amante aspira a la unidad, no sólo física, también
personal y espiritual.
Y es benevolente cuando busca, quiere y logra el bien de su
amada. Los italianos lo expresan muy bien: “Ti voglio bene”, dicen. Te quiero
bien. En ese momento estamos ante el amor verdadero.
El proceso de la mujer hacia el hombre tiene algunas ligeras
variaciones, pero en lo esencial, también ella, es atraída por las cualidades,
los valores que va descubriendo y estimando en él.
Tanto en el caso del hombre ante una mujer y el de la mujer
ante un hombre, y teniendo en cuenta las consideraciones apuntadas, se produce
un fenómeno de gran trascendencia: el
encuentro. ¿Qué es el encuentro?: “Vemos
una cosa o persona, percibimos su modo peculiar de ser, su grandeza, su
hermosura, su menesterosidad, y así sucesivamente; y enseguida, como un eco
vivo, algo responde a ello en nosotros mismos, algo se pone alerta, se levanta,
se despliega”. (R. Guardini)
En el amor, cada sujeto aporta algo suyo, lo mejor que posee.
El amor pertenece al amado no solamente
por su belleza integral. Es más, abarca su persona real como tal. El amante
entrega a la persona amada su corazón. Es la vida de Wesly en la Princesa
Prometida.
Y por el contrario, la ausencia del amado, de la amada, es sufrimiento.
San Juan de la Cruz lo expresa
hermosamente así:
“La dolencia de amor no
se cura
sino con la presencia y
la figura”.
(Cántico espiritual.
Habla la esposa).
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