Hace unos días, un muy buen amigo de veintiséis años, me
enseñaba un precioso anillo y me decía que había elegido el próximo día trece
para pedirle matrimonio a su novia. Me alegró la noticia y le dije que el día
elegido era estupendo: era la fiesta de San Hermenegildo, un príncipe visigodo
y arriano, que enamorado de una princesa católica, con ella se casó y se
convirtió al catolicismo.
Continué hablando con mi joven amigo de la petición del día
13: sería en un restaurante, al que invitaría a su novia a cenar. Y comentamos
la conveniencia de que fuese un lugar discreto, en el que hubiese intimidad,
buena luz y unas flores. Con gran probabilidad, estábamos considerando que el
acontecimiento podría ser además un motivo de la aparición de emociones muy
positivas, que luego sería recordado años tras años por mi amigo y su novia. ¿Cómo evitar un posible tartamudeo, una voz algo rota o una cierta humedad en los ojos de él y de ella?
Una emoción es un cambio corporal que llega caracterizado por
variables fisiológicas que se pueden observar y medir: ritmo cardíaco, ritmo
respiratorio, tensión arterial, temperatura corporal, sudoración, producción salivar, apertura de las pupilas,
hormonas en la sangre, etc.
¿Puede alguien imaginarse el estado de ira sin sentir que el
pecho estalla, la cara se ruboriza, los orificios nasales se dilatan, los
dientes se aprietan? Pues bien, las emociones positivas, atraen porque producen
agrado y bienestar. Las negativas producen disgusto o desagrado y rechazo.
El cerebro almacena de diferente manera y con circuitos
distintos la memoria emocional. Las memorias emocionales son almacenadas como información prioritaria, y son
rápidamente y fácilmente recuperadas
cuando se producen emociones similares a las vividas anteriormente.
¿Qué reacciones producen, qué influencia tienen en la vida
familiar, en la vida social y en el aprendizaje? Pueden producir placer o
disgusto, y por lo tanto, afectan a nuestras conductas y comportamientos.
Están presentes en la toma de decisiones importantes: qué
carrera estudiar, qué casa comprar, con quién iniciar una relación y formar una
familia… Elecciones esenciales que dependen de nuestra inteligencia emocional. Como
añade Gardner, no cabe duda, es necesaria la educación emocional.
Una clara consecuencia a lo que vengo diciendo, es la
atención que debemos poner a nuestra inteligencia emocional, distinta de la
lógica o racional y tan necesaria como esta, para acertar mejor ante las
diversas reacciones y pensamientos que una vida larga y fecunda nos ofrece.
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