domingo, 6 de marzo de 2016

EN LA INFANCIA DE MIGUEL DE CERVANTES

ANTE UN CUARTO ANIVERSARIO

Don Gutierre de Vargas y Carvajal, madrileño, fue obispo de Plasencia. Impulsó las artes, acción muy propia de un obispo del Renacimiento. En la madrileña plazuela de La Paja (Madrid), adosada a la Iglesia de San Andrés, se encuentra la capilla de San Juan de Letrán,  comúnmente llamada del Obispo, en recuerdo de D. Gutierre, su fundador.

            Destacan en este rincón madrileño, la talla de sus puertas, la elegancia de su nave y la hermosura del enterramiento del obispo D. Gutierre.

            Pero la contemplación de la capilla del Obispo nos recuerda un episodio grande en la historia de nuestros brillantes hombres.

            Había en la Iglesia dos niños del coro que todos los días bajaban a cruzar la calle de Segovia, y subían allí cerca a los Estudios de la Villa, donde cursaban estudios de Humanidades. Algunos días, con el mismo ropón de sus funciones corales acudían a trabajar las nobles letras estos dos inseparables amigos y condiscípulos que se llamaban Rodrigo y Miguel.

            Rodrigo comenzó a enfermar de unas graves viruelas y se lo llevaron al hospital de San Lázaro. Su amigo Miguel fue la única compañía que tuvo en aquellos días y Rodrigo se desesperaba de verle siempre junto a él, sin demostrar el más mínimo temor al contagio del mal de las viruelas.

            Y le decía:
-          No te acerques a mí, Miguel, que hanse de ir a ti mis viruelas. A lo que Miguel contestaba:

-          Pobre soy como tú. En este hospital estaremos.

Rodrigo de Guevara, que así era el nombre del enfermo, salió de aquella dolencia tan débil y enfermizo que no vivió mucho tiempo. Pero su esfinge se ha perpetuado en la misma capilla en donde cantaba. Cuando el capellán de la capilla mandó labrar el sepulcro de D. Gutierre, el escultor junto a la estatua orante del prelado, copió la cabecita enfermiza del niño del coro, que ha quedado llena de una melancolía suavísima.

            Su amigo y condiscípulo se ha perpetuado también. Llamábase y se llama, Miguel de Cervantes Saavedra.[1]

            Nuestro brillante personaje cultivó el compañerismo, la generosidad  y la solidaridad en sus años jóvenes. O sea, que educar en los valores, era muy estimado en la educación del siglo XVI.



[1] Adaptación del artículo de Pedro de Répide en “La Esfera” nº 8, febrero de 1914.

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