AVERSARIO O ENEMIGO
Antonio Millán Puelles, catedrático de Filosofía de la
Complutense, afirma en uno de sus libros: “La vida política deriva de la
apertura del hombre a la universalidad del bien”. El hombre busca constantemente
el bien y espera que los hombres públicos de su comunidad que, ejercen la función
bien legislativa o ejecutiva, sean proveedores del bien.
El provisionamiento del bien se inicia desde una situación de
respeto. Si no hay respeto por el otro, difícilmente se podrá entregar el bien
a los ciudadanos de la comunidad o país.
Sin embargo, en general, el hombre público no ve en el otro
un adversario, sino un enemigo.
Adversario es la persona que se opone o rivaliza con otra
persona. No es partidario de algo relativo al otro. Y enemigo es el que tiene mala
voluntad a otro y le desea o hace mal.
Con el adversario se puede vivir en el respeto, incluso en el
diálogo y en el trabajo en un proyecto común. Con el enemigo, eso mismo es imposible.
Ante una relación de enemistad en los hombres públicos, los
ciudadanos perciben enseguida una realidad: la vida o las posturas de los que nos dirigen
y gobiernan, por sus acciones y mentalidades, chocan profundamente con el bien
que necesitamos. Son, pues, individuos que no nos valen.
En el libro “Persona y Acción”, dice Karol Wojtyla: “La acción
es un momento particular de la experiencia de una persona. Y son las acciones
conscientes del hombre las que hacen de él un hombre bueno o malo”. Es una idea del filósofo polaco, por si algún
dirigente de la comunidad o del país quiere ponerla en práctica.
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