domingo, 23 de noviembre de 2025

ADVERSARIO O ENEMIGO

 


AVERSARIO O ENEMIGO

Antonio Millán Puelles, catedrático de Filosofía de la Complutense, afirma en uno de sus libros: “La vida política deriva de la apertura del hombre a la universalidad del bien”. El hombre busca constantemente el bien y espera que los hombres públicos de su comunidad que, ejercen la función bien legislativa o ejecutiva, sean proveedores del bien.

El provisionamiento del bien se inicia desde una situación de respeto. Si no hay respeto por el otro, difícilmente se podrá entregar el bien a los ciudadanos de la comunidad o país.

Sin embargo, en general, el hombre público no ve en el otro un adversario, sino un enemigo.

Adversario es la persona que se opone o rivaliza con otra persona. No es partidario de algo relativo al otro. Y enemigo es el que tiene mala voluntad a otro y le desea o hace mal.

Con el adversario se puede vivir en el respeto, incluso en el diálogo y en el trabajo en un proyecto común. Con el enemigo, eso mismo es imposible.

Ante una relación de enemistad en los hombres públicos, los ciudadanos perciben enseguida una realidad:  la vida o las posturas de los que nos dirigen y gobiernan, por sus acciones y mentalidades, chocan profundamente con el bien que necesitamos. Son, pues, individuos que no nos valen.

En el libro “Persona y Acción”, dice Karol Wojtyla: “La acción es un momento particular de la experiencia de una persona. Y son las acciones conscientes del hombre las que hacen de él un hombre bueno o malo”.  Es una idea del filósofo polaco, por si algún dirigente de la comunidad o del país quiere ponerla en práctica.

 


martes, 4 de noviembre de 2025

UNA TERAPIA DEL DESEO

 

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Mi amigo Hércules podría probar con una terapia del deseo que puede resumirse en tres ideas fundamentales. La primera es que nuestros deseos se fundamentan en nuestras carencias. Y la mejor manera de paliarlas no es con una satisfacción momentánea, como nos presenta la sociedad de consumo, sino mediante hábitos que permitan desarrollarnos con plenitud. Para eso hay que examinar nuestros deseos y entender por qué deseamos lo que deseamos, descubrir el vacío que está en su raíz. Tal vez Hércules desee coches caros o éxitos profesionales para sentirse afirmado en algo. Este deseo no se ve colmado en nuestra vida corriente y pensamos que alcanzando una determinada posición social seremos, por fin, alguien. Pero puede que en realidad sea más interesante buscar la afirmación en las actividades que realizamos por otros, alentados por el sentimiento de comunidad, que en la búsqueda narcisista de propia afirmación (que posiblemente será frustrante a la larga).

 

Hércules ha basado su vida en lo que esta le ofrece, con todos sus reclamos seductores, y tiene que darse cuenta de que lo interesante es lo que él puede ofrecer a la vida, a su comunidad. Tratar de solucionar el problema de la soledad mediante sucedáneos no conduce a nada. Detectar las carencias de fondo es una manera de entender nuestros deseos y quizás replantearse cómo conseguir paliarlas del mejor modo posible. Los deseos de no-soledad, de afirmación y de sentido encuentran su óptima satisfacción en el amor, entendido como un arte que nos abre al mundo.

 

La segunda idea es que en ocasiones no podemos controlar nuestros deseos de modo directo, pero sí los estímulos. Para que haya deseo, tiene que haber algo que lo provoque, una sensación o pensamiento, algo que estimule la memoria y la fantasía. En la medida en que nos sometemos a menos estímulos, nuestros deseos también serán más moderados. Hércules a lo mejor podría moderar su uso del smartphone, la música que escucha sin pausa, todo aquello que le impide encontrar silencio interior. Si reduce el ruido que llena su mente y no tiene siempre un reclamo, podrá comenzar a ser dueño de su vida.

 

En tercer lugar, como bien apuntaban los estoicos, muchas veces nuestros deseos se ven apaciguados cuando valoramos de forma adecuada el objeto del deseo. Por ejemplo, cuando Hércules desea comprar un móvil de última generación, si se da cuenta de que es un objeto destinado a caducar, su deseo se puede ver algo aquietado, ya que lo considera en su justa medida. En este sentido, considerar el posible fracaso del deseo y asumirlo me ayuda a no frustrarme si no se ve colmado. Imaginemos que quiero viajar a un país exótico: en la medida en que valoro el objeto del deseo y considero que es algo que puede salir mal (retrasos en el vuelo, mal tiempo, precios caros, comida mala…), a partir de ahí, si las cosas van bien, será porque es un regalo que me ofrece la vida.

 

La estrategia de minimización mediante este ejercicio de examen del deseo resulta muy provechosa. Lógicamente, no se trata de no desear (hemos visto que el deseo es necesario), sino de evitar frustraciones innecesarias. Vivir como si no tienes nada hace que todo sea ganancia. Entonces podrá apreciar el valor de los pequeños placeres de la vida, que son siempre un regalo. Para salir de la monotonía, no hay que huir de lo cotidiano, sino mirarlo de otro modo. El deseo, antes que reprimirlo, hay que comprenderlo.

Manuel Cruz Ortiz de Landázuri