Es la número ocho en sí menor de Schubert. Comenzó su
composición a principios de1822, cuando Schubert se encontraba en el cenit de
su carrera. A finales de ese año, ya había compuesto los dos primeros
movimientos y esbozado un tercero. Pero debido a una enfermedad, dejó de
trabajar esta sinfonía.
Quiero referirme a la importancia de los trabajos inacabados
o incompletos. Esas tareas, con frecuencia cotidianas, que no ven el final.
Aunque esta misma denominación podemos atribuir a la labor acabada pero
imperfecta. Tal vez, por presura, irresponsabilidad o inmadurez del autor.
Hay que considerar el trabajo humano, sea el que sea, con
toda la propiedad y calidad que siempre debe tener. Es tan importante que,
incluso frecuentemente a una persona se le denomina justamente con su nombre
más el tipo de trabajo al que se dedica. Así, por ejemplo, decimos: Emilio el
herrero; Joaquín farmacéutico; Ana modista; Rosalía enfermera; Sergio pedagogo.
La acción que hay que realizar y que se realiza es el
principio de un preciso juicio: realizó o no realizó la acción que le
corresponde. La persona se revela a sí misma en la acción y a través de la
acción. Su acción, su trabajo, manifiesta qué tipo de persona es.
Y como todo humano está conectado con una determinada tarea
-también los que están en paro y la buscan, pues justamente en ese período, ese
es su trabajo- esa labor es parte importante de su felicidad, más aún, de su bondad
y verdad como cristiano.
Ahora bien, para el cristiano, el trabajo es factor
ineludible de su santidad.
Sin embargo, tanto en el trabajo como en la relación con la
divinidad, aparecen a menudo tareas inacabadas.
Voy a citar algunas: Los dos discípulos de Emaús abandonan el
grupo sin haber llegado al final, a conocer qué ha sucedido realmente; Marta,
duda de la posibilidad de que su hermano, Lázaro, vuelva a la vida; nueve
leprosos recuperan la salud, pero con un cometido incompleto, inacabado…
También los hay que dan por resuelto perfectamente aquello en
lo que se embarcaron: Bartimeo, Jairo, Zaqueo, la mujer cananea, etc.
Ofrezco mi reflexión: si el cristiano tiene con Dios una
relación de reciprocidad, ¿por qué se limita con enorme frecuencia a presentar
su solicitud a Dios y no espera qué le dice este su Dios y Padre? Es como si
nos gustase demasiado lo inacabado, también en nuestra relación y trato con el
Señor.
Claro que una relación inacabada, incompleta, con el Señor, tiene además una gran trascendencia.
Y, ¿si algunos comportamientos los tenemos desconectados del
premio correspondiente?: “poseerás la tierra, si practicas la mansedumbre; verás
a Dios, si tu conciencia está limpia; alcanzarás misericordia, si eres
misericordioso; tendrás consuelo, si eres un sufriente; serás llamado hijo de
Dios, si cultivas la paz”.
¡Vivamos con coherencia!: unidos a Cristo que nos enardece de
bondad, de verdad, de paciencia, de esperanza… que nos pide acabar bien, lo que
bien comenzó: ¿la vida cristiana?
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