Escribe Eugene Boylan que en el orden natural existe un
fenómeno que ilustra un gran principio sobrenatural: la estructura y el
crecimiento de los cristales. Toda sustancia cristalina tiene su propia forma
característica, dondequiera que se encuentren cristales completos, no solamente
una forma completa, sino también cada una de sus partes tiene la misma forma
particular. Si se sumerge un cristal en una solución conveniente de la
sustancia de que está completo -llamada “líquido madre”- este cristal aumenta atrayendo
materia de la solución, incorporándola a su propia imagen y semejanza,
uniéndola a sí, de modo que la nueva y mayor unidad es algo exacto al núcleo
original y a cada una de las unidades que lo componen.
Lo mismo sucede con Cristo. Desde la Cruz, atrae todas las
cosas hacia Él.
Sobre la Cruz, Cristo resumió en un acto de sacrificio su
vida entera y todo su amor. En su vida y en su muerte, Él resume toda la vida y
muerte de cada uno de los miembros de su Iglesia. Existe, naturalmente, una
diversidad individual entre los miembros, pero también existe una unidad fundamental
de modelo. El vínculo común de todos es el amor: una sociedad de amor entre
Dios y el hombre.
La cuaresma es un tiempo especial para vivir esa unión con
Cristo. Para eso, la Iglesia nos anima a la oración diaria, a la caridad y a la
expiación de los defectos, errores y pecados.
Ese es el plan. La respuesta es personal: tuya, mía, de
aquel, de este…
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