viernes, 20 de diciembre de 2019

CAMINANDO HACIA BELÉN



María es la llena de gracia, es decir, la que tiene tal intimidad con la Trinidad, que está “endiosada”. Y el ángel Gabriel le habla de un Hijo. Y como su vida descansaba en Dios, abandonada a la voluntad de Dios, acepta el encargo. Continuará volcada en los quehaceres ordinarios de una joven israelita, pero ahora la presencia de Dios es más íntima. Enseguida, ante el mensaje de Gabriel, se pone en marcha. Camina hacia las tierras altas de Judea. Va a visitar a sus parientes Isabel y Zacarías. Va con disponibilidad, a servir a unos ancianos que esperan con enorme gozo el nacimiento del Bautista. Pero lleva en su vientre al Hijo del Altísimo y por ello es portadora de Dios, la embajadora de Dios.

Tres meses después regresa a Nazaret, su querida aldea. Con diligencia se dispone a celebrar el matrimonio con José, con quien estaba desposada. Y con él, vive en comunión de amor. Mientras, los dos se preparan ante la próxima cercanía del Hijo de Dios.

Pero hasta que el Niño nazca, María al igual que José, gasta sus días en las tareas propias de una madre de familia: la atención al hogar, las compras de alimentos, la limpieza de la ropa de José y la suya, la preparación de las comidas, el servicio a sus vecinas… Una vida muy semejante a la de muchas otras madres de familia de ayer y de hoy. Muy parecidas estaban siendo las jornadas de José.

Y surge lo imprevisto: hay que acudir a Belén para el censo dispuesto por Augusto. Es diciembre, María y José caminan hacia Belén. Llegan. Es de noche. Silencio. Recogimiento. Nace Jesús. Adoración de María. Adoración de José. Todo para el Niño. Y nosotros nos acercamos al belén que hemos puesto en nuestra casa: en el centro Jesús reclinado en un pesebre, a un lado su Madre, al otro José. Muy bien, pero allí en aquella noche ocurrieron más cosas: María cogería a su divino Hijo, lo estrecharía en su pecho y lo cubriría de besos. A Dios le gusta que seamos afectivos con Él. Y también la bendita contemplación del Niño y la hermosa canción de la Madre y a continuación se oyó en el cielo el primer villancico que María y José al Niño cantaron. Todo sucedió, junto a la pobreza del lugar hermoseado por el amor para el Amor. Más detalles afectivos: al Niño le gustan (no olvidemos practicarlos ante nuestros belenes y en la Comunión) y la ternura de María porque “ha encontrado al que ama su alma, lo ha encontrado y no lo dejará jamás”. (Cantar 3, 4).

Minutos después llegan los pastores. Comunican el mensaje que han oído a los ángeles y adoran al Niño y le piden a María si lo pueden tomar en brazos. María que es toda generosidad, asiente. Y pastor tras pastor depositan besos en los pies de Jesús. Cada pastor se siente un pequeño ante el gran Pequeño y con breves palabras y muchos gestos, manifiestan su adoración y cariño al nuevo habitante de Belén.

Fueron horas inolvidables. Muchos siglos después, el novelista Graham Greene decía: “A los hombres les gusta tener a Dios lejos, como al sol, lo suficiente para aprovecharse de su calorcillo y huir de su quemadura”. No sea así en esta hora, en este siglo. Vuelvan las horas inolvidables de los pastores de Belén, de José y de María: El Niño hoy, este año, vuelve a nacer. Porque cada vez que vencemos un poco nuestro egoísmo, Jesús se instala un poco más en nuestro corazón.
Belén se ha llenado de luz y de salud. Lo mismo que tu alma, tu corazón y el mío, porque Jesús es sobre todo, nuestro Salvador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario