lunes, 21 de enero de 2019

LA VERDAD Y EL ESTUDIO



“Todos los hombres desean saber”  (Aristóteles: Metafísica, I, 1). Y Platón dijo que el hombre busca el conocimiento seguro que es uno e igual en todas partes. Con su pensamiento, el hombre puede llegar a la verdad.
“Todo hombre participa de la razón eterna y por ello, tiene en sí mismo la posibilidad de vislumbrar la verdad. Por eso, todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos”[1]. El hombre de pensamiento abierto tiene una mejor disposición al encuentro con la verdad, que el de pensamiento cerrado.
De igual modo que dos personas pueden contemplar el techo de la Capilla Sixtina y tener un goce completo a la vista de la obra maestra de Miguel Ángel. Pero el que tenga mejor formación artística obtendrá un placer mayor que el otro, de gusto menos cultivado. El de menor apreciación artística quedará totalmente satisfecho; ni siquiera se dará cuenta de que pierde algo, aunque esté perdiendo mucho. De un modo parecido, le ocurre al hombre con mejor formación cuando se topa con la verdad.
Por lo tanto, hay una fuerte relación entre la verdad y el estudio y la formación. La verdad es lo real, es decir, el conocimiento exacto de las cosas. Y esa verdad debe ser segura para todos y para siempre. Fuera de la verdad, del conocimiento exacto de las cosas, nos podemos encontrar con la mentira, con la duda, la incertidumbre y sobre esas situaciones no se puede vivir. La vida no es igual, si  consideramos que el hombre puede conocer la verdad, o por el contrario, afirmamos que ello no es posible. Si el hombre puede conocer la verdad, esto influye en el concepto que tengamos de la vida, y en lo que hacemos y debemos hacer.
El abandono de la idea de una verdad universal sobre el bien y el mal, conduce al hombre a la formación de una conciencia subjetiva y a obrar de acuerdo con ella. ¿Adónde llegamos, pues? A una ética individualista: cada uno tiene “su verdad”, diversa de la verdad de los demás.  Es un pensamiento que procede de las falsas sabidurías que siempre han levantado imponentes obstáculos a una renovación del hombre. ¿No tiene el hombre una luz en su inteligencia – la llamada ley natural-, para conocer el bien y el mal, que es el gran objeto de la verdad? Tenemos el deber de buscar la verdad. La búsqueda responsable de la verdad es señal de madurez.
No tiene el mismo valor un juicio adecuado a una verdad, que aquel otro que se pronuncia asentado en el error.  ¿Quién está en la verdad, Susana (Dan 13, 22-23) o los dos jueces injustos que le proponen una pasión impura y a continuación la acusan injustamente de haber consentido en esa propuesta?
La ley divina es la gran fuente de la verdad.  El bien de la persona consiste en estar en la verdad y es justo y necesario declarar que algunas afirmaciones filosóficas y del pensamiento pueden no estar en la verdad, por lo que anteriormente ya se ha dicho: no poseen el conocimiento exacto de las cosas. Veamos una posibilidad: Un ciudadano dirá que cree en la democracia, en el gobierno constitucional y en la libertad de los ciudadanos. Pero si luego, no votara, no pagara los impuestos, ni respetara las leyes del país, indudablemente es un hipócrita. De igual modo, no solamente hay que creer en las verdades reveladas por Dios, también hay que observar sus leyes. La verdad siempre ha sido negada por los diferentes totalitarismos.
Ricardo Yepes en “La verdad como inspiración”. Dice lo siguiente: En el mundo ha cundido una mentalidad según la cual la verdad no puede ser absoluta, capaz de desafiar el paso del tiempo, válida para todos los hombres. Es un proceder originado en el relativismo.
El relativismo de hoy está en parte fundado sobre un falso dilema entre una supuesta verdad absoluta y la libertad. Una verdad absoluta sería algo que la autoridad impone. Algo asfixiante. Pero eso es un equívoco puesto que la auténtica verdad es universal, pero no absoluta. Son dos cosas completamente distintas. Resulta, en efecto, paradójico que la época histórica que ha defendido más la libertad haya sido capaz, simultáneamente, de crear sistema de verdades absolutas que han contribuido notablemente al relativismo, al escepticismo y a la crisis generalizada de la noción misma de verdad. Eso no impide que seamos críticos. Pero una cosa es ser crítico, y afirmar que hay  puntos de vista diferentes, y aún opuestos, que contienen siempre verdades razonables, y otra bien distinta es sostener que no hay verdad universal.  Sin embargo, la verdad afecta tan profundamente al hombre que le conmueve por completo. Esta es la primera consecuencia del encuentro: la conmoción.   Por ella, me transformo interiormente y reorganizo mi vida para una conquista, porque la verdad merece ser conquistada. Y ese encuentro o conquista me inspira: trataré de reproducir y expresar la verdad que he encontrado. Entonces, lo decisivo es preguntarnos qué verdad inspira nuestra vida, qué alcance tiene.
Ese inspiración y deseo es un hecho muy claro en la vida de muchos hombres, grandes y pequeños. Una verdad vista claramente en un momento ha marcado el rumbo de su vida de modo definitivo. Las grandes gestas humanas (artísticas, religiosas, políticas, intelectuales...) son fruto de la inspiración que una determinada verdad ha puesto en las vidas    de sus protagonistas. Por eso, negar que la verdad existe es negar la mayor parte de la grandeza del hombre. Suprimirla es suprimir la inspiración, el arte, e incluso el ejercicio de la libertad.
La formación abre las puertas y ventanas a la verdad. La persona con formación o en proceso de formación, piensa mejor. Sabe pensar los pros y los contras de las cosas; tiene más y mejores recursos para diferenciar el bien y el mal.
CONCLUSIÓN.
         Amar la verdad.
         Buscarla a partir de la propia formación personal.
         El estudio sincero es puerta de la verdad. Es preciso cultivarlo.


[1] San Justino, cristiano seglar y maestro de filosofía en Roma,

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