En muchísimos países existe la costumbre o tradición de que al llegar la medianoche del treinta y uno de diciembre, y al sonido o visión de las doce campanadas del final del día y del año, se toma una uva acompañando a cada toque de la campana. Como he dicho es una costumbre y tradición con la que se cierra un año y se abre el siguiente.
A veces, el espectáculo suele ser trasmitido por las cadenas
de las televisiones. Y también a veces, en esa transmisión de las campanas se
realiza sin el debido respeto a la dignidad de una persona: casi siempre la de
una joven guapa, elegante, atractiva y algo desvestida que con simpatía trata
de animar la operación de la toma de las doce uvas.
Este último detalle merece la pena de una pequeña reflexión:
cuando la esposa o el esposo se desviste en su habitación ante su cónyuge no
hay ninguna grave alteración en la convivencia entre los dos. Por la sencilla
razón, de que el esposo mira a su esposa, también en ese momento como una
persona. Igualmente ocurre en la mirada de la esposa al esposo en idéntica
situación. No ha fallado la concepción que se tiene del cónyuge. Así era la
relación de Adán y Eva en el Paraiso y era incluso la que Dios mismo
propiciaba.
Sin embargo, en el caso de la chica guapa que acompaña a las
doce campanadas, la situación no es la misma. Algo desvestida dije más arriba,
y su misión no sólo es tomar las uvas a cada sonido, es más, se ha convertido
en objeto, ha deteriorado su persona. La gravedad está en esto mismo: no se
ofrece como persona, sino como objeto.
Quien comprenda que uno de los valores más hermosos y grandes
que tenemos es la dignidad como persona, sabrá entenderme. Aclaro la cuestión
con un ejemplo más: Paseamos por una playa y vemos a muchísimas chicas guapas y
muchísimos chicos estupendos, unos y otras con su correcto bañador y nos parece
bien. Algunos, algunas, incluso muy elegantes. Los miramos como a personas. Más
adelante nos cruzamos con un chico o una chica, en el que les falta una o más
piezas del bañador: se está ofreciendo como un objeto de uso. Es muy parecido a
una lata de coca-cola, la bebemos, la utilizamos y desechamos la lata porque
como envase ha cumplido su misión, es un objeto.
Pero ¿ocurre los mismo cuando contemplamos la Venus de Milo?
Evidentemente, no.
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