Decía un Jefe de Estado de un país europeo a su amigo
Epafras, que apartarse de la disciplina del voto en una votación de ley
o algo similar, en el parlamento del país, eso es una inmoralidad.
Justo, le respondió Epafras. Y ¿hacer pactos con un
delincuente, con un Curro Jiménez, no es también inmoral?
Claro que sí, afirmó el ejecutivo, pero ciertamente, una
inmoralidad no se limpia ni subsana con otra inmoralidad.
Cierto también, añadió Epafras. Sin embargo, la primera y la
segunda inmoralidad solamente pueden blanquearse con un acto moral. Por
ejemplo, con una heroica virtud. Nada hay más seguro para impedir la
inmoralidad que, las virtudes de la justicia y la veracidad. ¿No piensas,
añadió Epafras, que si en la política, en los negocios, los juicios… brillasen
estas dos virtudes, la vida nos sería más honesta, agradable y feliz?
Su amigo, el Jefe de Estado, no respondió.
Y si aún permanece alguna duda, pregúntese a Teresa de Jesús
y Ahumada, que de heroicas virtudes tenía algunos masters.
¿O es que la ejemplaridad la hemos enterrado en noviembre con
el mes de los difuntos?
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