Cuaderno para acercarse a Jesús de
Nazaret
LA
LLAMADA. Pensamiento
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Hay un óleo de Juan B Lepiani que, retrata el momento en el
que Francisco Pizarro hace una “llamada” a sus soldados con el fin de partir a
la conquista de Perú. Solamente trece respondieron a la invitación. Pero fueron
con él y realizaron la conquista de aquel nuevo país. Hubo una “llamada” y una
respuesta.
Con la Vida Pública de Jesús comienza un nuevo tipo de vida
para la humanidad. Una nueva vida centrada en Jesús. Como la tuvo el
endemoniado de la región de los gerasenos tras el “encuentro” con Jesús[1].
Pues bien, él quiere tener socios, compañeros para realizar la Redención. Esos
socios serán, pues, corredentores y para ellos hay siempre una “llamada”.
La llamada será a una vida de plenitud, de felicidad, en la
que se cuenta siempre con la Presencia de su Amor. No hay mayor bien para una
persona que contar con la Presencia de su Amor, con la “llamada”. Con esta
invitación, Jesús nos asocia a su obra evangelizadora. Si el “invitado” acepta,
tiene que ponerse a trabajar en la obra de Cristo.
Para que la llamada de Jesús tenga un buen final, es preciso
que el llamado experimente una atracción por el Señor mayor que por cualquier
otra cosa. Esto es lo que les ocurrió a Juan y Andrés en aquel primer
encuentro: tenían una cierta predisposición por hallar al Mesías y allá junto
al río Jordán, se encontraron con él. Toda aquella tarde la pasaron con Jesús[2]:
¡Inolvidable!
Consolidar la vida cristiana, avanzar en ella es posible si
vamos en compañía de Jesús.
Pedro también tuvo una experiencia magnífica. Una noche
entera faenando en el mar y no cogió ni un solo pez. En la mañana, con el Señor
en su barca y aceptando la voluntad de Jesús: “Echad vuestras redes para
pescar”[3]. Pedro
oye el mandato del Maestro y con humildad y aunque no es hora apropiada para
pescar, obedece y se produce una gran pesca: dos barcos fueron necesarios para
coger cientos de peces. Y Pedro, deslumbrado, sobrecogido, “se echó a los
pies de Jesús diciendo: “Señor, apiádate de mí, que soy un hombre pecador”[4].
¡Qué hermosa contrición! ¡Qué gran corazón! Y Jesús le da más: le invita al
apostolado: “No temas, le dice, desde ahora serás pescador de hombres”[5].
En otro momento, el Maestro y después de una noche de
oración, eligió a doce: “Llamó a los que él quiso, para enviarlos a predicar”[6].
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