Cuaderno para acercarse a Jesús de
Nazaret
Nacimiento
de Jesús. Pensamiento
2.
Siguiendo un orden cronológico, comenzaremos por su
Nacimiento.
En aquella noche envidiable, nace Jesús. La Virgen lo mira y
ya nunca dejará de mirarle. ¡Qué hermosa actitud a imitar! Sea mi mirada a este
Niño, como era la mirada de su Madre.
José lo coge en brazos y le besa y le canta, fue el primer
villancico de la tierra, en el que le habló al Niño del amor que le íbamos a
tener por los siglos de los siglos.
El nombre de Jesús es consuelo para el alma. Sí, porque “todas
las demás verdades dependen de una verdad, todos los demás amores de un Amor,
todas las demás grandezas de una Grandeza”.[1]
“Este Señor no se espanta de las flaquezas de los hombres,
que entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caídas”.[2]
Después llegan los pastores y le adoran y se embelesan, con
la preciosidad de este Niño que, ya contempla a esos aldeanos a los que Él va a
salvar.
Con Él queremos convertir la vida en vida de oración. En este
trato de personas, en la que se piensa, se habla, se medita, se escucha, se
contempla, se ama. “Vuestra oración ha de ser para provecho de las almas”[3].
Entonces, “¿Qué es lo que amo cuando amo a Dios? No la
belleza de un cuerpo ni la hermosura de lo que se acaba… al amarle amo… algo
como un abrazo tan íntimo que ningún cansancio lo desenlaza”[4]. Empleando
una analogía, podemos decir: “Es como el largo abrazo entre un hombre y una
mujer profundamente enamorados”. [5]
[1] Sta.
Teresa de Jesús. Libro de su vida, 40, 5.
[2] Sta.
Teresa de Jesús. Libro de su vida, 37, 5.
[3] Sta.
Teresa de Jesús. Camino de perfección, 20, 3-4
[4] S.
Agustín. Confesiones. Palabra 1988. Páginas 199-200
[5] M.
Esparza. Sintonía con Cristo. Rialp 2011. Página 23.
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