Un ángel se presenta en el centro de la noche a los pastores
que velaban su rebaño, y les anuncia que en la ciudad de David ha nacido el
Salvador. Y con el mensaje les da una señal para que puedan localizar al “esperado”:
encontraréis un niño con pañales y en un pesebre.
Así que la señal que reciben tiene tres partes: pañales, un
pesebre y un niño.
Los pañales es lo primero que recibe Jesús de los hombres.
Incluso antes que el alimento recibe pañales, que son la manifestación de lo
necesario para un bebé, para un ser humano recién nacido. Pero los pañales que
recibe Jesús iban acompañados de la inmensa ternura que su Madre había puesto
en ellos.
Un pesebre, lugar en el que se alimentan los animales. Jesús
será alimento espiritual, alimento de la palabra y alimento eucarístico.
Un niño. Este niño, Jesús, es Dios que se ha encarnado, se ha
abajado a eso, a ser niño. Ha entregado todo su poder, toda fuerza, todos sus
recursos. Es nada, un pequeño que duerme y mueve sus brazos y piernas. Oye,
pero no ve. Es un bebé que acaba de nacer. Es la humildad, la pequeñez. Este es
realmente el mensaje del ángel: la humildad y pequeñez del Salvador. Es el que
vive en el abandono que no se preocupa de lo que harán con Él.
En esos primeros minutos de su estancia en la tierra, ya
comienza Jesús su enseñanza desde el pesebre: quién quiera parecerse a mí, sea
humilde, sencillo, pequeño, desprendido, confiado, sobrio, dócil. Porque la
vida en el Espíritu Santo es alegría, paz, dulzura, sencillez, luz, amor.
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