El cuerpo del ser humano necesita alimentos para la vida.
Pueden ser grasas, azúcares, carnes, cereales, frutas, legumbres, pescados,
huevos, verduras… Son los que aportan vitaminas, proteínas, calorías, etc, al
organismo. Sin ellos la vida sucumbe, desaparece.
Pero el ser humano también vive gracias a su espíritu que,
por cierto, también debe ser alimentado. Hoy grandes poblaciones alimentan su
espíritu con series televisivas, novelas mediocres, noticias sentimentales y
algunas otras sustancias iguales o peores a las citadas. El resultado de este
tipo de alimentación es un espíritu insustancial, miserias, frivolidad y
superficialidad. Es decir, vida líquida. Vida sin peso, pero agotada, cansada, pesada
y triste.
La vida es excelsa si el espíritu se alimenta con nutrientes
verdaderos. Fundamentalmente son tres: la verdad, lo bueno y la belleza que hay
en ti. Los valores y las convicciones son acompañantes necesarios, son las
buenas especias de una buena mesa. Las convicciones son necesarias, sin ellas
la vida languidece. Más aún, sin ellas percibimos que nos falta libertad. Escribe
Ricardo Yepes en «Entender el mundo de hoy», colección de cartas a un joven
estudiante, que «cuando no se educan las convicciones, queda a la improvisación
individual el sentido último de la vida”.
Y Séneca le escribe a su amigo Lucilium: «Es menester, pues,
infiltrar convicciones para toda la vida; a eso yo le llamo principios. Tal como
fuere esta convicción, serán las obras y los pensamientos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario