viernes, 8 de noviembre de 2019

LOS PACÍFICOS

ESTHER  DUFLO, premio Nóbel por su lucha contra la pobreza global.

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La paz y las dificultades. Hay que intentar descubrir las actitudes profundas de nuestro corazón. Esas que, por ser negativas, quitan la paz.

Una imagen o comparación: La superficie de un lago sobre la que brilla el sol. Si está serena y tranquila, el sol se refleja perfectamente. Si está agitada, removida, la imagen del sol no podrá reflejarse. Algo parecido ocurre en el alma: cuanto más serena esté, más se reflejará Dios en ella. (Jacques Philippe y Dietrich von Hildebrand)

Todos tenemos preocupaciones y temor a equivocarnos. Y una y otra cosa, nos pueden hacer perder la paz. Efectivamente, los problemas de salud, del dinero, de afectos, de ser estimados, profesionales, etc.  Más aún, el mayor peligro es creer que podemos resolver todos los problemas de la vida solamente con nuestro esfuerzo y nuestro interés. No es así, porque somos torpes, limitados, débiles.

Nos hace perder la paz desear una cosa buena y que no llegue. Por ejemplo, que un hijo marche bien, y a veces impacientarnos e incluso ofrecemos actitudes negativas ante él, como gritos, indiferencias, olvidos… El deseo bueno, lo hemos estropeado. Nos faltó paz y paciencia para ver que Dios, que también es padre de ese hijo, la tiene y espera.

Enemigos de la paz, son: 1. El amor desmesurado a uno mismo. 2. La absoluta confianza en uno mismo. 3. La complacencia en uno mismo 4 Poner los afectos en uno mismo. 5. Un desproporcionado exceso de trabajos profesionales. 6. La falta de paz es un veneno para nuestra felicidad.
Iréne Némirovsky escribe la novela “El baile”. La adolescente, hija de la señora Kampf, herida en su orgullo por la prohibición materna de asistir al ágape, planifica una venganza en toda regla. Su alma no estaba en paz.
Pone en peligro la paz: el hombre susceptible que se siente ofendido con extraordinaria facilidad. Sus reacciones son de irritación o de apartamiento de aquellos que, según él, le ofendieron. Es una postura que no encaja con la vida de acercamiento a Jesucristo. Hay que examinar esa susceptibilidad que a veces nace de los celos. Otra cuestión distinta es cuando realmente ha habido una auténtica ofensa. En este caso, la actitud cristina es perdonar. Perdonando continuamos viviendo en la paz.
Siempre estaremos dispuestos a destruir en nosotros, todo rencor, toda amargura, toda enemistad y quemar los agravios recibidos enseguida.
Una cuestión distinta es si nuestros derechos y nuestra libertad, que es un gran don recibido de Dios, son atacados o menoscabados. En esos casos, sí que es necesaria la lucha para defender esos derechos. Dejar de hacerlo, no es propio de la vida cristiana. Un ejemplo: S. Pablo dice al centurión: ¿Os es lícito azotar a un romano sin haberle juzgado? Al oír esto el centurión se fue al tribuno y se lo comunicó, diciendo: ¿Qué ibas a hacer? Porque este hombre es romano” (Hech. 22, 25-26).

La paz no es separación en las relaciones humanas, cuya trágica situación muy bien escribió ALBERR CAMUS: “Es como si dos personas estuvieran separadas por la pared de cristal de una cabina telefónica. Se ven, están muy próximos, y, sin embargo, está esa pared que los hace mutuamente inaccesibles.”

Facilitan la paz: El amor. Este don constituye familias, sociedades y amistades en las que brillan la paz. Sin el amor surgen las guerras, las rencillas, las faltas de entendimiento entre las personas. El que ama es además un agente del amor. Además, la oración, los sacramentos, la purificación del corazón y la docilidad al Espíritu Santo. La paz es fruto de la lucha. Especialmente contra las tres concupiscencias.
El Señor nos dice: “la paz os dejo, la paz os doy; no es como la del mundo la que yo os doy. No tengáis más el corazón turbado y encogido” (Jn. 14. 27).  Estas palabras tienen la misma fuerza que las que crearon el cielo y la tierra de la nada, o que las que calmaron la tempestad en Genesaret, o las que dijeron: “Talithá kumi” a la hija de Jairo, o a Lázaro, “sal fuera”.  Por lo tanto, confianza en que Dios quiere nuestra paz.

S. Francisco de Sales propone tres cuestiones:
A. Hay que tener la intención de buscar en toda la gloria de Dios.
B. Busquemos un buen consejero y sigamos sus consejos.
C. Y por último, dejemos que Dios se encargue del resto.
La paz nace de la humildad y del olvido de sí mismo.
El hombre que se pone en los brazos de Dios vive en gracia en el cuerpo místico de Cristo y se reconoce redimido por la Sangre del Señor. Será un individuo de paz interior. Todo esto es fruto de ser alma de oración, alma de eucaristía, alma de penitencia y caridad.
La paz interior consiste en el abandono de los estilos de vida que producen desasosiego y turbación y en la incesante búsqueda de unión con el amado y con lo bueno. Es la poesía de Sta. Teresa de Jesús:
“Nada te turbe                                                           Nada de espante,
Todo se pasa,                                                            Dios no se muda,
La paciencia                                                               Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene                                                     Nada le falta:
Sólo Dios basta.

Nuestros defectos no deben contribuir a que perdamos la paz. Se asumen, se lucha contra ellos, se pide ayuda al Señor y consejo en los casos necesarios.

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