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La paz y las dificultades. Hay que intentar descubrir las actitudes profundas de
nuestro corazón. Esas que, por ser negativas, quitan la paz.
Una imagen o comparación: La superficie de un lago sobre la
que brilla el sol. Si está serena y tranquila, el sol se refleja perfectamente.
Si está agitada, removida, la imagen del sol no podrá reflejarse. Algo parecido
ocurre en el alma: cuanto más serena esté, más se reflejará Dios en ella.
(Jacques Philippe y Dietrich von Hildebrand)
Todos tenemos preocupaciones y temor a equivocarnos. Y una y
otra cosa, nos pueden hacer perder la paz. Efectivamente, los problemas de
salud, del dinero, de afectos, de ser estimados, profesionales, etc. Más aún, el mayor peligro es creer que
podemos resolver todos los problemas de la vida solamente con nuestro esfuerzo
y nuestro interés. No es así, porque somos torpes, limitados, débiles.
Nos hace perder la paz desear una cosa buena y que no llegue.
Por ejemplo, que un hijo marche bien, y a veces impacientarnos e incluso
ofrecemos actitudes negativas ante él, como gritos, indiferencias, olvidos… El
deseo bueno, lo hemos estropeado. Nos faltó paz y paciencia para ver que Dios,
que también es padre de ese hijo, la tiene y espera.
Enemigos de la paz, son: 1. El amor desmesurado a uno mismo. 2. La absoluta
confianza en uno mismo. 3. La complacencia en uno mismo 4 Poner los afectos en
uno mismo. 5. Un desproporcionado exceso de trabajos profesionales. 6. La falta
de paz es un veneno para nuestra felicidad.
Iréne Némirovsky escribe la novela “El baile”. La adolescente,
hija de la señora Kampf, herida en su orgullo por la prohibición materna de
asistir al ágape, planifica una venganza en toda regla. Su alma no estaba en
paz.
Pone en peligro la paz: el hombre susceptible que se siente
ofendido con extraordinaria facilidad. Sus reacciones son de irritación o de
apartamiento de aquellos que, según él, le ofendieron. Es una postura que no
encaja con la vida de acercamiento a Jesucristo. Hay que examinar esa
susceptibilidad que a veces nace de los celos. Otra cuestión distinta es cuando
realmente ha habido una auténtica ofensa. En este caso, la actitud cristina es
perdonar. Perdonando continuamos viviendo en la paz.
Siempre estaremos dispuestos a destruir en nosotros, todo
rencor, toda amargura, toda enemistad y quemar los agravios recibidos
enseguida.
Una cuestión distinta es si nuestros derechos y nuestra
libertad, que es un gran don recibido de Dios, son atacados o menoscabados. En
esos casos, sí que es necesaria la lucha para defender esos derechos. Dejar de
hacerlo, no es propio de la vida cristiana. Un ejemplo: S. Pablo dice al
centurión: ¿Os es lícito azotar a un romano sin haberle juzgado? Al oír esto
el centurión se fue al tribuno y se lo comunicó, diciendo: ¿Qué ibas a hacer?
Porque este hombre es romano” (Hech. 22, 25-26).
La paz no es separación en las relaciones humanas, cuya
trágica situación muy bien escribió ALBERR CAMUS: “Es como si dos personas
estuvieran separadas por la pared de cristal de una cabina telefónica. Se ven,
están muy próximos, y, sin embargo, está esa pared que los hace mutuamente
inaccesibles.”
Facilitan la paz: El amor. Este don constituye familias, sociedades y amistades
en las que brillan la paz. Sin el amor surgen las guerras, las rencillas, las
faltas de entendimiento entre las personas. El que ama es además un agente del
amor. Además, la oración, los sacramentos, la purificación del corazón y la
docilidad al Espíritu Santo. La paz es fruto de la lucha. Especialmente
contra las tres concupiscencias.
El Señor nos dice: “la paz os dejo, la paz os doy; no es
como la del mundo la que yo os doy. No tengáis más el corazón turbado y
encogido” (Jn. 14. 27). Estas
palabras tienen la misma fuerza que las que crearon el cielo y la tierra de la
nada, o que las que calmaron la tempestad en Genesaret, o las que dijeron:
“Talithá kumi” a la hija de Jairo, o a Lázaro, “sal fuera”. Por lo tanto, confianza en que Dios quiere
nuestra paz.
S. Francisco de Sales propone tres cuestiones:
A. Hay que tener la intención de buscar en toda la gloria de
Dios.
B. Busquemos un buen consejero y sigamos sus consejos.
C. Y por último, dejemos que Dios se encargue del resto.
La paz nace de la humildad y del olvido de sí mismo.
El hombre que se pone en los brazos de Dios vive en gracia en
el cuerpo místico de Cristo y se reconoce redimido por la Sangre del Señor.
Será un individuo de paz interior. Todo esto es fruto de ser alma de oración,
alma de eucaristía, alma de penitencia y caridad.
La paz interior consiste en el abandono de los estilos de
vida que producen desasosiego y turbación y en la incesante búsqueda de unión
con el amado y con lo bueno. Es la poesía de Sta. Teresa de Jesús:
“Nada te turbe Nada
de espante,
Todo se pasa, Dios
no se muda,
La paciencia Todo
lo alcanza;
Quien a Dios tiene Nada
le falta:
Sólo Dios basta.
Nuestros defectos no deben contribuir a que perdamos la paz.
Se asumen, se lucha contra ellos, se pide ayuda al Señor y consejo en los casos
necesarios.
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