Finalizada con éxito la Revolución Rusa en 1917, Lenin optó por extenderla en Occidente.
El alemán Münzenberg sería la figura clave en Alemania. Su
lugarteniente, Otto Katz, también alemán, trabajaría con el mismo fin en
Estados Unidos.
El método de infiltración del comunismo en la sociedad era
casi siempre el mismo: se creaba un problema social prefabricado, totalmente
opuesto al régimen del pías elegido; las autoridades locales rechazaban el
problema y el efecto era siempre la creación de manifestaciones y revoluciones
en contra de la legítima autoridad. En ese ambiente de violencia y revolución
se sembraba la ideología marxista-comunista.
Toda rebeldía debía ser apoyada. Era la consigna que la
Internacional Comunista, también conocida por el Kominter, daba en 1930.
El medio que utilizaba Münzenberg era el de los “agentes
influyentes”: simpatizantes elegidos especialmente, entre escritores,
periodistas y artistas.
Como muestra tenemos a Lillian Hellman, escritora y amante de
Ralph Ingersoll que, a su vez, fue patrocinador de publicaciones prosoviéticas
en Nueva York y editor del periódico estalinista P. M. Lillian guiaba a
Ingersoll en la publicación. Otras celebridades literarias que convivieron con
el comunismo y con el Frente Popular, fueron: Ernest Hemingway, Thedore
Dreiser, E. M. Foster, André Malraux[1].
Stalin continuó con la misma idea: “Europa tragará todo”,
decía el dictador.
El éxito estaba en conseguir un buen número de
“simpatizantes” con la ideología.
La palabra clave de hoy es “progresismo”. El ambiente
progresista utiliza un método muy parecido al creado por Münzenberg. Te arrimas
al progresismo y tienes multitud de puertas abiertas.
No te acercas al progresismo: disponte a pasar hambre: de
amistades, de buenos contactos, de medios y de publicaciones que te den espacio
para tus artículos, etc.
En otro artículo tendré que analizar y expresar qué es el
progresismo. Que por cierto nació con la invención de la rueda, del hacha, de
la trampa para la caza de animales, del fuego…
Volveré otro día.
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