Al comienzo del pontificado del Papa Francisco expresó su
deseo de que la Iglesia del siglo XXI sea una Iglesia “en salida”. También la
llamó “Iglesia como hospital de campaña”. Esta idea la ha venido repitiendo con
mucha frecuencia.
Y en el pasado invierno y en la actual primavera nos llegó el
covid-19, con el drama de los miles de enfermos y fallecidos. Y la reacción de
los cristianos ha sido variadísima y en general muy eficaz. Desde los
sacerdotes que se ofrecieron voluntarios a acompañar a los enfermos y
familiares en los hospitales, residencias y centros convertidos en hospitales,
cuidándoles humana y espiritualmente, según cada uno solicita. A la inigualable
entrega del personal sanitario o a los otros muchos que han comenzado o
aumentado su contribución a Cáritas o Cruz Roja. También, el numeroso grupo de
voluntarios que ayudan en quehaceres muy diversos: transportar material
sanitario, por ejemplo. O también aquella anciana gravísima que cede su
respirador a un chico joven, para fallecer ella horas después. Otro detalle muy
significativo: el Papa rezando y bendiciendo al mundo en la soledad de la plaza
del Vaticano. Y el discurso del pasado 9 de abril, del Presidente de Francia a
los obispos de su nación por la valiosa labor que la Iglesia realiza en Francia.
Podemos seguir: el sacerdote que percibe la penuria de muchos
conventos femeninos de clausura que ahora no venden dulces y organiza una
recolección de donativos, consiguiendo veintitres mil euros en seis días. La
enfermera de Valladolid que dona quinientos euros por esa causa. Y sin olvidar
la enorme cantidad de miles de misas y oraciones que los cristianos realizan
cada día por el fin de la pandemia y el restablecimiento de los enfermos, por
sus familiares y los fallecidos.
Y llegamos a una posible conclusión: ¿Qué más podemos hacer
tú y yo y todo cristiano, para ayudar a paliar este enorme drama?
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