viernes, 20 de septiembre de 2019

LA AUTORIDAD. 1


En hogares bien constituidos, se desarrolla la autoridad de forma natural. Autoridad que tiene que ser madura y justa. Es cierto que los padres no son los únicos propietarios de la verdad, pero la experiencia y el sentido común les ha proporcionado unas lecciones que sí deben dar a los hijos.

La autoridad ejercida con sentido común siempre ha sido un potente foco educativo, porque afecto y autoridad tienen que ser correlativos: son las dos muletas que sostienen la progresión afectiva del niño. Nadie puede suplir lo que pueden hacer un padre y una madre. Nadie puede llegar a dar la relación afectiva e íntima que mantienen con cada hijo.

Autoridad que se consigue de forma positiva si los niños y adolescentes han ido creciendo y desarrollándose en ambientes en los que, según Luis Rojas Marcos, es “importante la presencia estable del adulto que sirva de modelo y proporcione apoyo, ánimo, comprensión, sentido de disciplina, dirección y que enseñen al menor a discriminar entre el bien y el mal”.

Si los chicos viven en hogares, barrios y comunidades, en los que la autoridad y obediencia son dos grandes ausentes, su formación será una incógnita. ¿Por qué los adultos tenemos tanto temor a proporcionar una educación en la que la obediencia sea un factor esencial? Arrojemos lejos, muy lejos, la idea de que la obediencia es sumisión o tiranía. Nada más inapropiado de la verdadera obediencia. Porque, ¿es que es posible bailar sin obedecer las leyes del ritmo, o de escribir correctamente, sin atender a las normas de la sintaxis, o de viajar sin preocuparnos de los horarios que nos señalan las compañías de transporte de viajeros?

Es preciso recuperar los valores. Y no cabe la menor duda, que la autoridad es uno de ellos. Continuamos leyendo a Rojas Marcos, que expone “el método más efectivo para fomentar las correctas conductas de los chicos es explicarles y razonarles cómo sus acciones afectan a los sentimientos ajenos. También es importante etiquetar positivamente los comportamientos constructivos de forma que los muchachos los identifique, compruebe sus beneficios y los incorpore a la imagen ideal a la que aspira”.

El padre debe ser cercanía para el hijo, que por cierto no tiene que ser ajena a corregirle cuando la situación así lo pida. Hay autoridad donde hay justicia. “Al hijo se la hace mucho mal cuando el padre se instala en la bondadosidad o en la tiranía”[1]

El padre jamás debe perder la autoridad. Autoridad no es la fuerza. Rectificar es pedir perdón al hijo si hubo abuso de autoridad. “Es conveniente saber transmitir la profunda convicción -y, obviamente, tenerla- de que cada hijo es un ser único e irrepetible, al que el padre procura ayudarle a desarrollar lo mejor que hay dentro de sí y eso desde una posición de total respecto hacia su persona”.[2]


[1] A. Polaino-Lorente. La ausencia del padre y los hijos apátrida en la sociedad actual. Revista española de pedagogía, 196. 1993.
[2] Cfr. O. c. p. 454.

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