lunes, 1 de diciembre de 2025

LA LLAMADA


 

Episodio I.                                                                                                              22 años

Me llamo Alberto. Tengo 22 años y estoy en cuarto curso de Derecho. Mi gran afición es le fútbol, pero también dedico algunos ratos cada día a la lectura: novelas de Somerset Maugham y los clásicos: Crimen y Castigo, ¿Quo Vadis?, El alcalde Zalamea y varias de Miguel Delibes. Un día, curioseaba en una biblioteca y encontré un libro de Tihamér Tóth: El joven de carácter. Me lo llevé a casa y lo devoré y me dije: tengo que mejorar mi carácter. Y me puse a trabajarlo. Con resultado desigual cada día. Pero algo avancé hacia un carácter un poco mejor. Mi padre me regaló el libro “El caballero cristiano”, lo leí varias veces y me fue útil.

Mi vida era el estudio, la lectura y mis amigos. Tenía numerosos amigos.

En plena primavera, dos libros más aparecieron en mi vida: “Camino” y “El valor divino de lo humano”. Este último de D. Jesús Urteaga. Dos libros que iban a tener gran importancia en los próximos años.

De lunes a sábados, clases y estudiar. Los domingos, los amigos. En la tarde de un domingo de esa primavera, propuse a mis amigos un paseo hasta la ermita de una Virgen, diez kilómetros en día y vuelta. Mucho tiempo para hablar y para realizar alguna tontería. Al anochecer íbamos al cine o el recorrido por algunos bares.  En los domingos siguientes, repetimos la experiencia. Me encaba hablar con Alejando, dos años más joven que yo, pero tremendamente listo y estudioso. En junio, aprobé todas las asignaturas.

Episodio II.                                                                                                               23 años.

Este es el curso en el que más estudié. Mi plan era aprobar todo en junio; en julio y agosto descansar, y en septiembre comenzar a preparar la oposición a la abogacía del Estado. Se cumplió en parte, aunque algo imprevisto surgió.

Continuó la vida con mis amigos; Alejandro y yo avanzamos en intimidad y continuaron mis aficiones: fútbol y lectura.

En el mes de mayo, las dos pandillas, chicos y chicas, hicimos una excursión al campo. Me dijeron que la comida la llevaban las chicas y nosotros, las bebidas. Resultado: hubo comidas para todos y también para todos, una sola bota de vino. Y al finalizar la jornada, conocí a Isabel, una chica morena y gran conversadora. En el regreso de la excursión hablamos tanto y de tantas cosas que, al dejarla en su casa, pensé: esta chica vale un imperio.

Aprobé todo el curso. Ya estaba licenciado en Derecho. Y al mismo tiempo, “Camino” y los escritos de D. Jesús Urteaga continuaban alumbrando mi vida.

Al finalizar el verano, le pedí a Isabel que fuese mi novia y aceptó.

En septiembre comencé la preparación de la oposición.

Episodio III.                                                                                                           24 años.

Todo este curso estuvo dedicado a la oposición y al noviazgo con Isabel.  

Al mismo tiempo, trataba de avanzar en la formación. Todos los meses compraba la revista “Mundo cristiano”, la leía de un tirón, me entusiasmaba lo que escribía Urteaga y se la pasaba a Isabel.

Al finalizar la primavera terminé la oposición, conseguí plaza y a partir de octubre pasé a ser Abogado del Estado.

Llevaba un año haciendo todos los días un rato de oración. Alejandro me daba ideas y ánimo. Ahora comprobaba que no podía pasar un día sin hacer la oración. Leí “Dificultades en la oración mental”, escrito por un francés. Conocí a D. Antonio, sacerdote experto en Sagradas Escrituras. Comencé a hablar con él. En mi interior tomaba más fuerza la idea de la presencia de Dios, y el trato con Él, pasaba ser más frecuente cada semana.

Episodio IV.                                                                                                              25 años.

Comenzó mi nueva profesional, trabajaba en el Ministerio de Educación. Cada día me gustaba más y era consciente de lo mucho que podía hacer por una educación mejor. Isabel y yo comenzamos a pensar en casarnos dentro de unos meses.

Continuaba visitando a D. Antonio cada quince días. Me era fácil hablar con él con mucha claridad y confianza. La cercanía de Dios crecía en mi vida. D. Antonio me sugirió meditar y trabajar con más recogimiento los cuatro evangelios. Lo hice. La vida del espíritu me llenaba. Creo que del cielo me venían los pensamientos de Dios y su voluntad. Un día leí la conversación de Jesús con Nicodemo. Y puse los ojos en esta frase: “Lo que nace del Espíritu, es espíritu”. Era para mí un gran descubrimiento. Otros días me fijaba en personajes muy conocidos: Zaqueo, un buscador de Dios; Bartimeo, otro buscador; el centurión de Cafarnaúm, otro buscador; Jairo, también buscador.

Me dije: Esto soy yo, un buscador de Dios.

Y comprobaba que Dios quería algo de mí. Y marchaba a ver a D. Antonio. Me escuchaba con gran atención y me daba ideas que espoleaban mis deseos descubridores y la constancia.

Le comunicaba a Isabel mi situación personal. Ella lo agradecía y se iba a los sagrarios a rezar por mí. También yo rezaba por ella. Cada mes percibíamos más claramente que teníamos que adelantar la boda. Y nos pusimos a buscar casa.

Episodio V.                                                                                                              26 años.

Mis tres columnas: Dios, Isabel y mi vida profesional. Cada semana todo iba a mejor. Comprobaba que las tres columnas me hacían muy feliz. No podía menguar alguna de las tres. Sería una horrible situación.

D. Antonio, me iniciaba en nuevos horizontes. Él pasaba varias semanas del verano en Llerena, con sus padres, y yo tomaba el tren e iba a verle después del mediodía. Cuando llegaba ya estaba él en la estación esperándome. Nos íbamos a un parque cercano, parque solitario a las cuatro de la tarde, en plena siesta española. Y hablábamos. Me proponía un nuevo camino para un laico que se aproximaba al comienzo del matrimonio.

Comenté a Isabel las últimas ideas de D. Antonio. Y afirmó: yo también las quiero. Nos casamos en septiembre.

Episodio VI.                                                                                                             40 años.

Han pasado catorce años. Isabel y yo somos muy felices. Tenemos cuatro hijos y siempre la duda de si vendrá alguno más.

Sigo en el Ministerio y sigo buscando a Dios cada día. Firme en mis tres columnas. Con cuatro pequeñas columnitas. Le hice caso a D. Antonio y me embarqué en su propuesta. Isabel lo hizo tres años después.

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Alberto fue uno de mis numerosos y estudiosos alumnos. Hizo Derecho y trabaja en el Ministerio del Interior. Le va muy bien.

Le pedí que escribiese algo de su vida. Justamente, las líneas que hoy pongo en mi blog.  

domingo, 23 de noviembre de 2025

ADVERSARIO O ENEMIGO

 


AVERSARIO O ENEMIGO

Antonio Millán Puelles, catedrático de Filosofía de la Complutense, afirma en uno de sus libros: “La vida política deriva de la apertura del hombre a la universalidad del bien”. El hombre busca constantemente el bien y espera que los hombres públicos de su comunidad que, ejercen la función bien legislativa o ejecutiva, sean proveedores del bien.

El provisionamiento del bien se inicia desde una situación de respeto. Si no hay respeto por el otro, difícilmente se podrá entregar el bien a los ciudadanos de la comunidad o país.

Sin embargo, en general, el hombre público no ve en el otro un adversario, sino un enemigo.

Adversario es la persona que se opone o rivaliza con otra persona. No es partidario de algo relativo al otro. Y enemigo es el que tiene mala voluntad a otro y le desea o hace mal.

Con el adversario se puede vivir en el respeto, incluso en el diálogo y en el trabajo en un proyecto común. Con el enemigo, eso mismo es imposible.

Ante una relación de enemistad en los hombres públicos, los ciudadanos perciben enseguida una realidad:  la vida o las posturas de los que nos dirigen y gobiernan, por sus acciones y mentalidades, chocan profundamente con el bien que necesitamos. Son, pues, individuos que no nos valen.

En el libro “Persona y Acción”, dice Karol Wojtyla: “La acción es un momento particular de la experiencia de una persona. Y son las acciones conscientes del hombre las que hacen de él un hombre bueno o malo”.  Es una idea del filósofo polaco, por si algún dirigente de la comunidad o del país quiere ponerla en práctica.

 


martes, 4 de noviembre de 2025

UNA TERAPIA DEL DESEO

 

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Mi amigo Hércules podría probar con una terapia del deseo que puede resumirse en tres ideas fundamentales. La primera es que nuestros deseos se fundamentan en nuestras carencias. Y la mejor manera de paliarlas no es con una satisfacción momentánea, como nos presenta la sociedad de consumo, sino mediante hábitos que permitan desarrollarnos con plenitud. Para eso hay que examinar nuestros deseos y entender por qué deseamos lo que deseamos, descubrir el vacío que está en su raíz. Tal vez Hércules desee coches caros o éxitos profesionales para sentirse afirmado en algo. Este deseo no se ve colmado en nuestra vida corriente y pensamos que alcanzando una determinada posición social seremos, por fin, alguien. Pero puede que en realidad sea más interesante buscar la afirmación en las actividades que realizamos por otros, alentados por el sentimiento de comunidad, que en la búsqueda narcisista de propia afirmación (que posiblemente será frustrante a la larga).

 

Hércules ha basado su vida en lo que esta le ofrece, con todos sus reclamos seductores, y tiene que darse cuenta de que lo interesante es lo que él puede ofrecer a la vida, a su comunidad. Tratar de solucionar el problema de la soledad mediante sucedáneos no conduce a nada. Detectar las carencias de fondo es una manera de entender nuestros deseos y quizás replantearse cómo conseguir paliarlas del mejor modo posible. Los deseos de no-soledad, de afirmación y de sentido encuentran su óptima satisfacción en el amor, entendido como un arte que nos abre al mundo.

 

La segunda idea es que en ocasiones no podemos controlar nuestros deseos de modo directo, pero sí los estímulos. Para que haya deseo, tiene que haber algo que lo provoque, una sensación o pensamiento, algo que estimule la memoria y la fantasía. En la medida en que nos sometemos a menos estímulos, nuestros deseos también serán más moderados. Hércules a lo mejor podría moderar su uso del smartphone, la música que escucha sin pausa, todo aquello que le impide encontrar silencio interior. Si reduce el ruido que llena su mente y no tiene siempre un reclamo, podrá comenzar a ser dueño de su vida.

 

En tercer lugar, como bien apuntaban los estoicos, muchas veces nuestros deseos se ven apaciguados cuando valoramos de forma adecuada el objeto del deseo. Por ejemplo, cuando Hércules desea comprar un móvil de última generación, si se da cuenta de que es un objeto destinado a caducar, su deseo se puede ver algo aquietado, ya que lo considera en su justa medida. En este sentido, considerar el posible fracaso del deseo y asumirlo me ayuda a no frustrarme si no se ve colmado. Imaginemos que quiero viajar a un país exótico: en la medida en que valoro el objeto del deseo y considero que es algo que puede salir mal (retrasos en el vuelo, mal tiempo, precios caros, comida mala…), a partir de ahí, si las cosas van bien, será porque es un regalo que me ofrece la vida.

 

La estrategia de minimización mediante este ejercicio de examen del deseo resulta muy provechosa. Lógicamente, no se trata de no desear (hemos visto que el deseo es necesario), sino de evitar frustraciones innecesarias. Vivir como si no tienes nada hace que todo sea ganancia. Entonces podrá apreciar el valor de los pequeños placeres de la vida, que son siempre un regalo. Para salir de la monotonía, no hay que huir de lo cotidiano, sino mirarlo de otro modo. El deseo, antes que reprimirlo, hay que comprenderlo.

Manuel Cruz Ortiz de Landázuri


viernes, 24 de octubre de 2025

EL DESE0 DE AMAR. EL ARTE DE AMAR

 

Una cosa es enamorarse y otra permanecer enamorado. Para enamorarse, basta que el objeto suscite el deseo; para permanecer enamorado, hay que cultivar un arte de amar que propicia encauzar el deseo por otros derroteros. Es muy distinta la emoción de quien empieza a aprender violín porque ha visto a un amigo suyo tocarlo y ha quedado prendado del instrumento, de la emoción que experimenta quien domina el arte del violín y lo hace con sumo gusto. El amor es la forma de colmar el deseo de unión, de no-separación, pero el amor implica trabajo, cuidado: se ama aquello por lo que se trabaja y se trabaja por lo que se ama. El amor es fundamentalmente un arte que se tiene que practicar y que conlleva perfeccionamiento. La solución al problema del deseo no está en el objeto que se busca, sino en la disposición que se cultiva. Mi deseo de amor no se verá colmado cuando aparezca la persona que necesito, sino cuando logre establecer en mí una disposición que me permita amar de verdad a las personas. Porque entonces seré capaz de establecer una comunión con otros aunque ellos no sean perfectos.

El arte de amar consigue así generar ciertas disposiciones que colman nuestro anhelo de no-soledad, probablemente el deseo más profundo del corazón humano. Los deseos se pueden entender como motivaciones que hunden sus raíces en aquello que llevo en el corazón: mi memoria, mi interpretación de la realidad, mis anhelos. Ahora bien, ¿qué es el corazón? La palabra corazón resulta ambigua desde muchos puntos de vista (entre otras razones, porque se refiere a un órgano físico), pero señala el núcleo de la persona, la raíz de la afectividad, un centro respecto al cual los objetos, las personas, las situaciones nos afectan y nos sentimos en relación con lo que pasa en el mundo.

El corazón no es solo la capacidad de sentir, o la expresión de los sentimientos. Es el yo más íntimo del ser humano: lo que hemos vivido, los sucesos que han marcado nuestra vida, quiénes somos. El corazón humano vive en la carencia, y la experimenta de continuo. Lo que anhela nuestro corazón es sentirse pleno, pero muchas veces no lo consigue. Poner orden en el corazón consistirá, en primer lugar, en establecer una interpretación positiva de quién soy. Esto solo es posible en la medida en que experimento un amor incondicional desde el cual puedo interpretarme.

Manuel Cruz Ortiz de Landázuri


lunes, 13 de octubre de 2025

DESEO, BELLEZA Y AMOR


 

Platón había situado el amor eros como el verdadero motor de la vida en el Banquete y en el Fedro. Aunque el amor como deseo de belleza tiene su origen en lo sensible, aspira a una belleza completa que colme, de tipo espiritual. «Quien hasta aquí haya sido instruido en las cosas del amor, tras haber contemplado las cosas bellas en ordenada y correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente bello por naturaleza», escribe en el Banquete. El deseo erótico, advierte Platón, supone la apreciación de un valor ideal que nos sobrecoge. Vemos algo superior en la belleza que nos saca de nosotros mismos y nos impulsa a mejorarnos. Por eso, si eros es purificado, alcanza su objeto adecuado, según explica en el Fedro, Platón propone así un arte de la purificación, para que el deseo de belleza llegue a su auténtico fin: la contemplación del bien y la armonía.

 

Sin embargo, quien sitúa el amor como centro de la persona es Agustín de Hipona. A diferencia de lo que pensaban los estoicos, Agustín cuenta con que el ser humano no es autosuficiente y desea siempre algo externo a él, la cuestión de quién sea cada ser humano solo es resoluble por medio del objeto de su deseo, y no por la suspensión del impulso desiderativo. El deseo no incapacita mi libertad interior, sino que posibilita poder salir fuera de mí para llenarme de algo que me colme. Quien no ama no desea en absoluto, y, por lo tanto, en rigor no es nadie. Para Agustín el amor no es solo deseo, sino también acción que supone entrega, negación de uno mismo, y a la vez ganancia del otro. «Mi amor es mi peso, él me lleva adonde soy llevado», escribe en el libro XIII de sus Confesiones.

Manuel Cruz Ortiz de Landázuri

lunes, 29 de septiembre de 2025

DESEO Y LIBERTAD INTERIOR


La clave reside, precisamente, en el control del deseo para mantener la libertad interior. Eso se logra mediante un correcto discernimiento del objeto de nuestros deseos. «Si deseas que tus hijos, tu esposa o tus amigos vivan por siempre, eres un estúpido ya que pretendes controlar cosas que no puedes y deseas cosas que pertenecen a otros. […] Pero si quieres que tus deseos no se vean frustrados, eso depende de ti. Ejercita por lo tanto aquello que está bajo tu control», declara en sus discursos. Desear que suceda algo imposible es solo fuente de frustración. Si consideramos el valor real de las cosas, entonces muchos de nuestros deseos se pueden ver atemperados. El ideal estoico es el del ser humano libre interiormente, en paz con el cosmos y consigo mismo ya que cumple su rol en el mundo y asume sus limitaciones.

Manuel Cruz Ortiz de Landázuri.

lunes, 22 de septiembre de 2025

¿POR QUÉ DESEO LO QUE DESEO?


En medio de esta vorágine de estímulos y oferta de placeres, es preciso dar con alguna solución práctica, siquiera para quien desee escapar de la dinámica imperante. Buena parte del problema reside en pensar que el deseo es un mero impulso arbitrario, algo que se deba satisfacer porque sí. En realidad, todo deseo tiene una génesis, su propia historia, y, a menudo, en su comprensión narrativa podemos situarlos en nuestra propia vida e incluso se atemperan o desaparecen. La pregunta fundamental es, por tanto, ¿por qué deseo lo que deseo? ¿Qué motiva ese deseo? ¿Cuál es el sentimiento de carencia que conlleva? Porque a veces se puede remediar la carencia por vías mejores que la pura satisfacción de un apetito puntual. La civilización del deseo consumista se ha erigido sobre la premisa de que hay que responder de manera inmediata a los apetitos, pero con frecuencia esos deseos revelan vacíos que es mejor solventar por vías más inteligentes que la satisfacción de un impulso.

Carlos Cruz Ortiz de Landázuri