jueves, 24 de abril de 2025

EL PUEBLO DE ISRAEL



En la Biblia conocemos, entre otras muchas cosas, las diversas vicisitudes del pueblo de Israel. Junto a periodos de excelente ardor religioso y espiritual, otros periodos lánguidos, flojos, tibios, incluso algún otro, aún peor.

En el humano comprometido, excepto en el caso de gran santidad, ocurre algo parecido: etapas de un ardiente amor a Dios, junto a otros, débiles, también tibios. Puede que sea una cuestión general, pues ya el mismo S. Pablo anunciaba que también él hacía lo que no quería y dejaba de hacer lo que sí quería. Para los no comprometidos esta reflexión no cuenta.

¿Por qué ocurre esto?

Quizá haya razones y causas varias.

Tal vez, el hombre, la mujer, comprometidos, ponen un ahínco superior en alcanzar unas metas religiosas y espirituales que veces le rebasan. Y sin embargo, tiene menos en cuenta un factor especial: la asistencia del Espíritu Santo.

Pongamos en actividad algo imprescindible -lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La misión del Espíritu Santo, espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él”. (CEC nº 690)

Aquí tenemos un recurso fundamental: en esos periodos de bajón, siempre, pero más especialmente en esos periodos, recurrir al divino Espíritu y a sus siete dones. El orden de solicitud de su asistencia que puede ser muy conveniente en esos casos será: fortaleza, piedad, entendimiento, sabiduría, consejo, ciencia y temor.

Esto no puede fallar: la actuación del Espíritu Santo logrará la finalidad fundamental: la unión con Cristo.  

 

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